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Reportajes | Riamny María Méndez Féliz

La Maguana, San Juan.- Gracias por pasar por esta fiesta. Estamos entre montañas, todavía verdes a pesar de los estragos de la deforestación. Aquí caminan, cosechan, tocan atabales y bailan los campesinos de La Maguana que mantienen vivo el recuerdo del líder político y religioso Olivorio Mateo o Papá Liborio.

En estas montañas-y en parte por ellas- Liborio peleó contra las tropas estadounidenses que ocuparon el país en 1916, como antes lo había hecho en contra de caudillos nacionales.

 Aquí se ha mantenido vivo su legado: un desafío a la historia, la religión y la política oficial. Como todo lo que en su momento fue nuevo o revolucionario, Liborio es controversial: un santo, un patriota, un político que entendía la idiosincrasia de su gente o según ciertos grupos, un mito que causa atraso y perpetúa supersticiones en La Maguana.

Para interpretar el liborismo en clave histórica o desde la vida rural contemporánea, es necesario entrar al mundo en el que a Liborio le tocó vivir y entenderlo. Pero entrar en la piel ajena siempre es complicado. Como Liborio –que vivió a principios del siglo XX en un país rural, caribeño y lleno de caudillos que abusaban de su poder- somos hijas e hijos (en rebeldía, o en sumisión) de nuestro tiempo, nuestro entorno y sus ideas.

Así que por ahora gocemos de las fiestas que un grupo de liboristas organizó en agosto en honor a su líder, para celebrar el lanzamiento del disco “Papá Liborio no come pendejá”.  

En esta producción, realizada junto a músicos y cantantes de La Maguana, Boynayel Mota reúne  voces y sonidos de la tradición liborista

Las Fiestas

Es sábado y un autobús con gente que viaja desde la capital ha llegado a La Maguana.  Frente a un altar en el que se honra a Liborio, a santos Católicos y a Jesús, un grupo toca atabales: “Dicen que Liborio ha muerto/ ay ay ay/Liborio no ha muerto na/ ay ay ay…”

Mientras la música continúa, unas mujeres-entre ellas Bernarda del Carmen de la Rosa, misionera liborista- cocinan para los visitantes y la gente de la comunidad. En calderos enormes se cuece arroz blanco, pollo y habichuelas guisadas al mejor estilo sureño: cremosas y con el balance exacto de verduras, ajo, orégano, cebolla, y sal.

Bernarda tiene un papel importante en la transmisión de las costumbres y la música liborista, es una guía para la comunidad. Ha desarrollado su liderazgo desde el encuentro con los otros, en estas tierras, en las que los hombres suelen tener la última palabra, al menos en la vida pública. Bernarda es una de las líderes de las ceremonias religiosas y colaboró con Boynayel para producir el disco.

Para ella, ser misionera es ayudar a los demás. “Por lo menos si una persona llega aquí desamparada yo tengo que darle de comer, darle de beber. Si tengo una sábana dársela a esa persona y hasta quedarme desarropada. Eso significa ser un misionero, hacer bien a los demás, hacer todas las cosas por amor a Dios, no con interés”, dice y se ríe.

Las habichuelas siguen hirviendo, cada vez más cremosas. El olor al sofrito de la cebolla y las verduras inunda el ambiente. La fiesta sigue. Se habla, se toca, se baila. El Liborismo no es amigo del aburrimiento: “Nosotro lo liborita/ con algo no divertimo/el dinero que ganamo, ay ay ay/ a nadie se lo pedimo”. Y se baila todavía más. No hay excesos, pero el alcohol está permitido. Hay muchas risas, y algunas conversaciones serias: la agricultura, la deforestación, la degradación de los ríos, el miedo a que se destruya el mundo que conocen.

Luego de mucho trajinar llega la hora de servir la comida. Las habichuelas sureñas causan sensación y la fiesta sigue. En las últimas horas de la tarde, el grupo de “capitaleños” acompañado por gente de la comunidad, se traslada al Agüita de Liborio, sitio ritual en el que se cumplen promesas por las buenas cosechas recibidas, la salud recuperada o por el viaje a España o a Estados Unidos.

 

Hay velas y rezos, pero sobre todo hay música y comida: Chenchén, habichuelas guisadas, arroz con leche, ron, cerveza, refrescos. Muchas familias comparten sus alimentos.  Difícil resistirse a tantos manjares y a tanto baile.

Los palos sureños y el perico ripiao cibaeño comparten el escenario. Distintas generaciones se encuentran, ya sea en el altar o en la Agüita, pequeña piscina que recibe agua de las montañas y en la que se realizan bautizos y baños rituales.

De algún modo, aquí, en Plena Cordillera Central, Liborio hace que el Sur y el Cibao se encuentren, a través de sus mundos rurales, sus músicas y sus sazones.

La música liborista es de este mundo

Las letras de la música liborista recogen distintas creencias y procesos políticos y culturales.

En la canción “Liborio está en Maguana”, los liboristas se aferran a la esperanza de que su líder fusilado por las tropas estadounidenses no esté muerto na´. Se reencuentran con un sentido de solidaridad muy propio de comunidades agrarias, en las que las redes sociales entre vecinos construyen “hermanitos de a verdad”. Conectan con la tradición cristiana, a través de una narración en la que María lava la ropa en el río, y José mece al niño (Jesús). Y llaman al rey del agua, en clara referencia a una tradición oral asociada al recuerdo de la cultura taína (el indio del agua) que sobrevive en San Juan y en muchas comunidades del Suroeste dominicano.

Los liboristas parten de un líder mesiánico, que promete que regresará, lo que se puede interpretar como resurrección o como que otros líderes tomarán su lugar en la lucha por sus ideales. Pero este mesianismo no implica un rompimiento con otras religiones o un encierro en sí mismo.

Muchos liboristas, como Bernarda, son devotos católicos y otros siguen la santería o el vudú dominicano y no tienen relación con la iglesia institucional. Algunos tienen una espiritualidad aún más difusa. Hay misioneros, pero no mucha jerarquía.

Don Cirilo (Hernández) de la Rosa Cuevas, es el líder de la misión de La Maguana: un agricultor para quien Liborio fue una encarnación de Jesús que llegó a la tierra a impartir justicia.

Esa encarnación de Jesús es para La Maguana un símbolo de integridad. En una de las canciones de la tradición liborista se dice que “Liborio comió manacle, pero no le robó a nadie”.

Liborio es un profeta (o un Dios) que a fin de cuentas se parece a don Cirilo. Ama la tierra, quiere que se preserven las montañas, le gusta que su gente viva bien y permanezca unida. Como dirían los liboristas, solo quiere que “que salga el mal y entre el bien”, y claro, qué siga la fiesta. Aquí no se aburre nadie. Liborio no ha muerto na, y en la Agüita las tamboras y los acordeones no paran.

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El personaje histórico

Según historiadores e investigadores sanjuaneros, Liborio Mateo nació en 1878 y murió en 1922, asesinado por el Ejército de Estados Unidos.

La profesora Salvinia Caminero, autora del libro Olivorio, curandero, guerrillero explica que Liborio luchó por mantener la propiedad comunal de las tierras, lo que molestó a las familias ricas de San Juan de la Maguana.

Según Caminero, el encono de muchas familias ricas hacia Liborio y la tradición liborista se mantiene en la actualidad. Explica que hay profesionales influyentes, descendientes de estas familias, que consideran al liborismo causa de la pobreza de la provincia, entre otras cosas porque –según ellos- perpetúa la tradición de los curanderos.

Hay que tomar en cuenta que el Liborismo siempre fue un movimiento de arraigo campesino, y su mayor aceptación siempre ha estado en las zonas más rurales de San Juan, el resto del Suroeste y de la zona fronteriza.

En el documental Salga el mal y entre el bien, el estudioso de la tradición liborista, y también oriundo de San Juan, Sobiesky De León, dice que Liborio “siendo un líder religioso, un profeta religioso, se transforma en un gran líder social”. De acuerdo con el investigador, ese liderazgo se consolida cuando el Estado saca campesinos de sus tierras y hace mediciones para entregar terrenos en manos privadas, y la tierra deja de ser comunal. 

En esa lucha por la tierra perdida, que era a su vez el modo de subsistencia de las familias rurales, se acentúa el liderazgo político de alguien que no solo promete el cielo, sino también justicia terrenal, aunque inició su misión como un líder religioso que afirmaba haber sido llevado al cielo por San Miguel, según De León.