El asesinado Arzobispo salvadoreño Óscar Romero ha llegado a convertirse en un ícono internacional. Ahora la Iglesia católica lo beatifica ¿Quién fue realmente el primer beato del país centroamericano?
“En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”. Como en esta prédica del Domingo de Ramos de 1980, el sello de Monseñor Óscar Romero fue su defensa de los perseguidos y la denuncia de las injusticias, en medio del sangriento conflicto social y político salvadoreño.
Las amenazas en su contra no lograron detener su lucha por los pobres y los derechos humanos. Al día siguiente, el 24 de marzo, el Arzobispo de San Salvador fue asesinado por un francotirador mientras celebraba la misa, en el momento de la consagración. Tenía 62 años.
La noticia conmocionó al mundo entero. En El Salvador, la escalada de violencia desencadenó una guerra civil que duraría 12 años. “Él le dio voz a la gente pobre y le mostró que tenía derechos. Si bien la guerrilla se desarrolló independiente de la iglesia, hubo un apoyo indirecto, pues la gente tuvo un cambio de conciencia”, apunta Hannes Warnecke, del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Leipzig.
Quienes lo conocieron y han estudiado su vida desmienten que lo motivara una tendencia política. “Romero fue acusado de ser marxista, comunista y guerrillero. La locura llegó a tal grado que un periódico de ultraderecha pidió al Papa hacerle un exorcismo”, relata el jesuita y teólogo alemán Martin Maier, autor de la biografía “Óscar Romero: mística y lucha por la justicia”. Sostiene que “Monseñor Romero se movió claramente en la línea de la doctrina social de la Iglesia, motivado por el evangelio y Jesucristo, con su clara opción por los pobres”.
Tímido, pero firme
Óscar Arnulfo Romero y Galdámez nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, en el seno de una familia tradicional católica. Fue ordenado sacerdote en 1942 y en 1977 fue nombrado Arzobispo de San Salvador.
Aunque provenía de un ambiente conservador, la creciente persecución de la iglesia, la represión política y la pobreza lo fueron transformando. El asesinato de su amigo, el sacerdote Rutilio Grande, fue clave. “El ver que murió por causa del evangelio, estando al aldo de los pobres, le dio mucho valor para predicar y enfrentarse con los poderosos”, indica el prelado Bernd Klaschka, director de Adveniat, acción católica alemana para América Latina.
Su opción no siempre fue bien entendida. “En su primer encuentro con Juan Pablo II no se sintió bien comprendido. El Papa en ese momento tenía pocos conocimientos de América Latina, pero en un segundo encuentro en 1980 salió mucho más animado y contento”, relata Martin Maier sj. “Cuando fue asesinado celebrando la santa misa, eso impactó mucho al Papa, quien lo incluyó en la gran liturgia del 2000 en recuerdo de los mártires del siglo XX”.
Cuentan que cuando Romero decía misa las calles quedaban vacías. “Cuando predicaba casi se transformaba. Tuvo un don de la predicación que fascinaba a la gente. Sus homilías a veces duraban más de una hora, pero nadie se cansaba ni se aburría”, destaca el teólogo alemán.
Monseñor Romero en una de sus visitas al Vaticano.
El prelado Bernd Klaschka lo conoció en la Conferencia de Puebla: “Me pareció más bien tímido, pero firme en su decisión de seguir al aldo del pueblo pobre. Lo vi como un hombre humilde, interesado en lo que el otro decía”. Maier coincide: “Tengo la imagen de un hombre quizás un poco tímido, que escucha más que habla, pero al mismo tiempo muy amigable y sensible hacia el sufrimiento de la gente”.
“Si yo fuera Papa ya lo habría canonizado”
Cuentan que en la Conferencia de Aparecida, el 2007 en Brasil, le preguntaron al entonces Cardenal argentino Jorge Bergoglio qué opinaba de Monseñor Romero. La respuesta fue elocuente: “Para mí es un santo y un mártir, si yo fuera Papa ya lo habría canonizado".
Durante el papado de Juan Pablo II la causa, iniciada en 2004, habría estado detenida. “A algunos sectores en el Vaticano les costó mucho reconocer la santidad de Romero porque pensaban que su opción por los pobres era por causas políticas, pero fue por causa del evangelio. Benedicto XVI dio seguimiento al proceso de beatificacación y el Papa Francisco lo aceleró”, dice el prelado Klaschka.
En febrero pasado la Iglesia Católica confirmó que Romero fue un mártir, asesinado “por odio a la fe”,despejando el último obstáculo y confirmando lo que el pueblo salvadoreño dice saber hace tiempo. Por algo lo llaman “San Romero de América”. Sin embargo, los salvadoreños esperan todavía el pronunciamiento de la justicia. Aunque investigaciones internacionales acreditaron la autoría del asesinato y la responsabilidad del aparato represor del régimen militar, el crimen sigue impune.