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Opinión | Amy Goodman y Denis Moynihan:

Independientemente de si se lo llama fútbol o “soccer”, el Campeonato Mundial de Fútbol Masculino de la FIFA que se está celebrando en Catar probablemente se convierta en el evento deportivo más visto de la historia.

Se prevé que para el 18 de diciembre, día de la final del torneo, la mitad de la población mundial habrá sintonizado la emisión de esta competencia de un mes de duración. Asimismo, se anticipa que para esa fecha un millón de fanáticos de las 32 selecciones nacionales de fútbol que compiten en este mundial habrán visitado esa pequeña península desértica de calor abrasador situada en el golfo Pérsico. Desde que la FIFA eligió a Catar como sede del campeonato mundial de fútbol en 2010 —luego de un proceso plagado de hechos de corrupción y sobornos—, la planificación y la construcción de la infraestructura necesaria para albergar este evento deportivo han avanzado a un ritmo frenético. La construcción de infraestructura incluyó siete enormes estadios, un sistema de metro, nuevas carreteras, 100 hoteles y más de 100 campos de entrenamiento. Todo esto ha sido construido casi exclusivamente por trabajadores migrantes que trabajan en Catar prácticamente sin gozar de ningún derecho. Se cree que la exposición a las extraordinarias condiciones de calor extremo que soportaron los trabajadores en sus largas jornadas laborales han causado miles de muertes.

Abdullah Al-Arian, profesor de historia en la Universidad de Georgetown en Catar, expresó en una entrevista con Democracy Now!: “[El fútbol] nos remonta a la época colonial, en la que las autoridades británicas y francesas lo introdujeron como una forma de inculcar disciplina y de 'civilizar' —según ellos— a las poblaciones locales”.

El trato que Catar brinda a los trabajadores extranjeros es otra consecuencia del colonialismo. El profesor Al-Arian explicó al respecto: “El llamado “sistema kafala” era el sistema de gobernanza laboral que regía para los trabajadores migrantes [en la colonia]. Este sistema fue implementado inicialmente por las autoridades coloniales británicas en un momento en que intentaban preservar sus propios intereses. […] Querían atar a todos los trabajadores migrantes al patrocinio del empleador, es decir, a un sistema en el que los empleadores establecerían hasta qué punto y por cuánto tiempo los empleados podrían permanecer en el país. Entre otras cosas, los trabajadores no podían cambiar de trabajo sin el previo permiso de sus empleadores y no tenían ninguna protección que les garantizara cosas como un salario mínimo o condiciones de seguridad. Este fue un sistema que luego heredaron todos los Estados independientes del golfo [Pérsico]”.

En 2012, durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático o COP 18 que se celebró en Catar, Democracy Now! entrevistó a Devendra Dhungana, un periodista nepalés que investigaba las condiciones laborales de los trabajadores migrantes de Nepal. En ese entonces, la construcción de la infraestructura para albergar la Copa Mundial de Fútbol acababa de comenzar.

Dhungana expresó en aquel entonces: “Visitamos los complejos de viviendas para los trabajadores y lo que vimos fue realmente increíble […]. Alrededor de 50 trabajadores migrantes viven en instalaciones que tienen de doce a catorce habitaciones con muy pocas comodidades. En varios lugares no hay agua corriente ni aire acondicionado. [Los trabajadores] viven en condiciones muy precarias: 50 personas […] tienen que hacer cola en la mañana para usar un único baño. […] Prevemos que la cantidad de trabajadores que morirán en la construcción de los estadios será mayor a la cantidad de jugadores que competirán en los campos de juego de los estadios cataríes”.

La geopolítica también ha impactado en este campeonato mundial de fútbol. Catar es una monarquía absoluta. Al igual que muchas dictaduras de diversas partes del mundo, cuenta con el respaldo total del Gobierno de Estados Unidos. El Comando Central del Ejército estadounidense (Centcom, por su acrónimo en inglés) tiene su cuartel general de avanzada a solo unos kilómetros de la capital catarí, Doha, en la Base Aérea Al Udeid. Es la base militar más grande de Estados Unidos en el Medio Oriente y está a solo unos 240 kilómetros de Irán.

La selección de fútbol estadounidense publicó en redes sociales una imagen de la bandera iraní sin el emblema de la República Islámica, para mostrar solidaridad con las mujeres que protestan por sus derechos en Irán. Como respuesta, Irán exigió que Estados Unidos fuera expulsado de la Copa del Mundo. Mientras tanto, la selección de fútbol iraní adoptó una postura valiente al negarse a cantar su himno nacional al inicio de los partidos, aparentemente como una muestra de apoyo hacia las manifestantes iraníes.

Los atletas y turistas de todo el mundo que llegan en masa a Catar también han entrado en conflicto directo con la arraigada intolerancia de la monarquía gobernante. La homosexualidad es ilegal en Catar. En vísperas de la competencia, la FIFA prohibió utilizar en los campos de juego los brazaletes adornados con los colores del arcoíris, conocidos como “One Love”, que varios equipos habían prometido usar para solidarizarse con la comunidad LGBTQ+.

Jules Boykoff, un exjugador de fútbol profesional que integró el equipo olímpico de Estados Unidos, dijo a Democracy Now!: “Definitivamente estamos ante un claro caso de 'lavado de imagen deportivo', donde los líderes políticos están utilizando la competencia para tratar de desviar la atención acerca de las [violaciones de] los derechos humanos. […] La FIFA debería […] dar algo de su dinero a los trabajadores migrantes y sus familias, a quienes no se les ha pagado como corresponde. Algunos de ellos han muerto y [sus familias] no han recibido una indemnización adecuada. La selección que gane la Copa del Mundo recibirá 42 millones de dólares. Ese debería ser el monto mínimo que debería destinarse a estas familias que han sufrido tanto debido a este campeonato mundial de fútbol que está dando tantas alegrías a gran cantidad de gente en todo el mundo”.

En un artículo de opinión sobre la Copa del Mundo publicado recientemente en el periódico The New York Times, el profesor Abdullah Al-Arian hizo suya una frase del poeta palestino Mahmoud Darwish: “El fútbol es el campo de expresión permitido por el entendimiento secreto mutuo entre gobernantes y gobernados en la celda de la prisión de la democracia árabe”.

Al fútbol se lo llama “el juego bonito”, pero la Copa del Mundo de 2022 debería servir para recordarles a muchas personas de todo el mundo que la lucha por los derechos humanos, los derechos de los trabajadores y la igualdad no es un juego. Es algo mortalmente serio.