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Opinión |

Unos meses después de que la Unión Europea solicitase a los países miembros la inclusión de la prostitución y la droga en el cálculo del PIB y con el gran esfuerzo estadístico consumado el debate sigue estando sobre la mesa.

 El tema plantea dos conflictos al mismo tiempo. El primero pasaría por cuestionar la idoneidad de regular la prostitución o la producción, tráfico y consumo de drogas, prescindiendo de la hipocresía moral que rodea a estas actividades. Si, como es evidente, constituyen parte del mercado global y no precisamente parte pequeña, su legalización permitiría control sobre las mismas, garantías y derechos laborales para sus trabajadores y trabajadoras, garantías de calidad y seguridad para l@s consumidor@s y por supuesto un retorno económico para las arcas del Estado a través de impuestos. En este escenario tanto la contabilización de sus transacciones económicas para su muestro estadístico como la detección de actividades abusivas y de explotación quedarían sin duda mejor delimitadas.

El segundo conflicto que se plantea tiene que ver con no entender por qué se decide poner el esfuerzo (técnicamente muy complejo y como resultado, basado en estimaciones bastante cuestionables) en medir el peso de la prostitución y el narcotráfico en el PIB, (en el caso del narcotráfico, actividad ilegal en nuestro país),  y no en otras actividades que si bien no están reguladas, realmente aportan valor a una sociedad y en gran medida hacen posible el desarrollo de la actividad económica incluida en la contabilidad oficial. Entre otras, me gustaría referirme al trabajo doméstico y al trabajo de cuidados a personas en situación de dependencia por ser absolutamente relevantes por su peso y significado. Estas actividades son las eternas invisibles en la estadística pero su valor es a todas luces, innegable. Algunos estudios al respecto hablan de un peso en el PIB de entre un 20-30%.

El trabajo doméstico y de cuidados no es un trabajo oculto. Es un trabajo invisible. Por oculto entenderemos actividades que no se realizan en el marco de la legislación laboral o fiscal, no declaradas, disimuladas, sumergidas, paralelas, marginales, ilegales, no registradas o clandestinas (que sí se encuentran incluidas mediante estimaciones en el PIB). Pero el trabajo invisible no es un trabajo oculto si no un trabajo no reconocido como tal. Lo que con frecuencia se conoce como “ayuda”. No se compone de actividades mercantiles ni de relaciones económicas internas. Los bienes y servicios que crean ni se venden ni se compran, ni se refieren a un precio.

Sin embargo, casi dos tercios del trabajo realizado por la población adulta al año corresponden a trabajos no remunerados. Es decir, el tercio visible en las estadísticas se sostiene sobre un trabajo que permanece invisible (Durán: 1999; Sanchís, 2005) y que se realiza de forma absolutamente mayoritaria por mujeres, consideradas oficialmente como población inactiva (EPA;INE) Podrá molestar pero no sorprender la afirmación de que esta situación agrava de forma clara la desigualdad entre hombres y mujeres.

Hartmann (1994) sostiene que la división del trabajo en las sociedades occidentales contemporáneas es “resultado de un largo proceso de interacción entre el patriarcado y el capitalismo”. Así, el patriarcado como estructura social y organizado entorno a un modelo económico capitalista relega el papel del trabajo de las mujeres revalorizando la importancia del área dominada por los hombres fuera del hogar e invisibilizándolo. El resultado es que el trabajo invisible no tiene un valor económico claro en forma de salario mientras que la sociedad utiliza el bienestar generado  por éste y los millones de horas de trabajo que implica,  sin ninguna contraprestación.

Pero si existe la posibilidad de introducir en la contabilidad una actividad ilegal (narcotráfico) o alegal (prostitución), existen también las técnicas y los conocimientos para avanzar en la emergencia, visibilización y contabilización del trabajo doméstico y de cuidados. Y si no existen, es sólo cuestión de pensarlos, compartirlos, consensuarlos, corregirlos y usarlos.

Deben asumirse las limitaciones de un indicador para explicar lo que es un país y cuanta riqueza genera su sociedad. El PIB no es un reflejo directo de la calidad de vida de l@s ciudadan@s, ni mide el valor de su capital humano. Siempre escaparán a él las posibilidades de poner en valor elementos como por ejemplo la creación artística no industrializada o la cultura en su sentido más amplio. Aun así se entiende su utilidad como referencia. Sin embargo, en un mundo moderno y complejo como el nuestro debe aspirarse a poseer instrumentos estadísticos sofisticados y capaces, en el caso del PIB, de reflejar mediante los elementos que lo compongan, el modelo productivo de un país.

Los humanos hemos sido capaces de expresar en cifras las cosas más increíbles y hasta de determinar nuestras políticas sociales basadas en letras de calificación –Países A, B,C…–. Así que no caigamos en un engaño tan burdo. Si el trabajo doméstico y de cuidados no se contabiliza en el PIB es porque no existe la voluntad de hacerlo. Y es que en el momento en el que los servicios que aportan estas personas tengan un valor económico será necesario un reconocimiento social de las mismas. Es por ello que en la maquinaria capitalista están mejor ocultas no vaya a ser que luego venga alguien solicitando una contraprestación justa, garantías, derechos laborales y hasta tiempo de descanso. Si el objetivo es el beneficio ilimitado y la disminución de costes la herramienta para incrementarlos ¿cómo pagar por lo que se obtiene gratis? Eso sí, no hay país en el mundo que soporte 24 horas de huelga de est@s trabajador@s.

Texto escrito por Elena Méndez Bértolo