Contáctenos Quiénes somos
Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

Planeamos el viaje para llegar a la hora del almuerzo. Pero Julio Álvarez estaba impaciente. Quería salir cuanto antes, pues anhelaba almorzar un chillo cocinado al vapor, como magnífico lo hacen en Barahona. Con sólo verlo servido en el plato se te vuelve la boca agua y cuando lo saborea el gusto se alborota y se te mete hacia lo dentro y luego sube retozón y se te queda colgado en la memoria.

Julio, y quien suscribe, teníamos que impartir un taller sobre Presupuesto Municipal Participativo a un grupo de comunitarios de la zona. La actividad se iniciaría a las 3:30 de la tarde y cerraríamos a las seis y media. El día siguiente, sábado, se reanudaría la actividad a las ocho de la mañana para concluir con el almuerzo.

Pero a causa de Julio llegamos a la ciudad sureña antes del mediodía. Teníamos el tiempo a nuestro favor. Por ello decidimos dar una vuelta por el centro de la ciudad. Caminamos unas cuantas esquinas desde el parque central hasta el mercado municipal. Y ahí, en la acera frente al mercado, está una pared de color blanco degradado a gris por las inclemencias del tiempo y el sucio producido por el mercado. Podía percibirse los olores de los productos mezclados con el aroma de una fritura que estaba justo antes de entrar.

Sobre el muro había un graffiti escrito con pintura roja hecho con spray. Julio, igual yo, leímos el mensaje en voz alta: “Los pueblos fueron hechos por el hombre, Barahona fue hecho por Dios”.

Los pobladores llaman a su ciudad “la novia del Caribe”. En una encuesta reciente que se hizo, precisamente en el parque, Barahona quedó como la ciudad más bella de la isla entera.

Y eso era lo que subrayaba el graffiti.

Días después, en medio de una tertulia en Santiago, le comenté a unos amigos sobre ese mensaje escrito en la herrumbrosa pared de Barahona. Les pregunte:

¿Por qué Dios eligió a Barahona para hacerla tan maravillosa?

Miguel, a ese tipo de obsesión -- dijo uno de los contertulios --, se le llama chauvinismo.

No quedé satisfecho con la respuesta. Pero agradecí la observación. La idea, sin embargo, continúo dando vueltas en mi cabeza. Y debo decir que mi viaje a Barahona ocurrió en el año 2004.

 

Entonces hace unos días me topé con otro mensaje similar sobre un muro de Santiago de los Caballeros. Decía: “Ser dominicano es un orgullo. Pero ser cibaeño es una bendición”.

Confieso que este último me gustó más. Pero claro, no. Yo no soy chauvinista. Esa es una palabra extraña que no me define.