Contáctenos Quiénes somos
Opinión | Pablo Mella, sj

Llamemos «ciberpastoral» a la actividad pastoral llevada a cabo por internet, es decir, realizada en el ciberespacio. Es verdad que lo cibernético abarca muchas más cosas, pero me lanzo a crear el neologismo inspirado en el libro de Antonio Spadaro titulado Ciberteología. Pensar el cristianismo en tiempos de la red (Barcelona, Herder, 2014).

La pandemia del covid-19 disparó las prácticas ciberpastorales. Hemos descubierto abruptamente las posibilidades que entraña; pero también se han levantado muchas preguntas y surgirán otras. En este artículo quisiera introducir tres aspectos. El primero es la comprensión del ciberespacio como fenómeno cultural. El segundo tiene que ver con los tipos de pastorales posibles. El tercero se refiere a reglas básicas a tomar en cuenta en este nuevo terreno pastoral.

El ciberespacio no es tan solo un instrumento

La primera advertencia que nos hace Antonio Spadaro es que la red (la internet) no es un mero instrumento: es un entorno o ambiente. Esto implica que se están gestando transformaciones en nuestro modo de vivir. Nuestro organismo hace adaptaciones cuando cambia de medio. Debemos estar atentos, por lo tanto, a lo que nos sucede cuando nos adentramos más y más en ambientes virtuales. Las repercusiones serán incluso orgánicas.

Una advertencia cabe hacer en este sentido desde el inicio. No todo es virtual en la virtualidad. Los ambientes virtuales se soportan en dispositivos físicos: el computador o el teléfono inteligente, con sus peculiares configuraciones material (teclado, pantalla…) y con sus emisiones energéticas (campos electromagnéticos); introducimos audífonos en nuestros oídos y anteponemos lentes a nuestros ojos. Dentro de poco nos implantarán microchips y electrodos en nuestras cabezas.

Ya se nos ha advertido que la excesiva exposición a campos electromagnéticos resulta nociva. Pero para fines pastorales, hay una mayor preocupación. La comunicación electrónica acaba afectando nuestra manera de pensar y nuestras relaciones con los demás. El avance de la cibernética acaba afectando nuestro cerebro y por lo tanto nuestro modo de comprender y de relacionarnos con la realidad.

La reflexión y el discernimiento ciberpastoral enfrentan el desafío de monitorear cómo se transforma nuestra manera de ser humanos. ¿Se puede seguir a Cristo si alteramos nuestra carne humana? O por decirlo de manera gráfica, ¿se podrá asumir la actitud del buen samaritano apretando un click y convirtiéndose en un “patreon” o micromecenas, patrocinando a distancia determinadas causas con pequeñas contribuciones, sin implicarnos con todo nuestro ser, curando las heridas de las víctimas sociales? Como puede sospecharse, la respuesta tiene que ser prudente.

Algunas áreas de trabajo ciberpastoral

Los trabajos de ciberpastoral son bien diversos. Expondremos brevemente cinco áreas posibles. No son las únicas; tómense como categorías fundamentales. Se enumeran de menor a mayor problematicidad. Todas se han probado durante la cuarentena del covid-19.

La primera área de ciberpastoral podemos llamarla kerygmática o misionera. Se trata de utilizar plataformas como WhatsApp, Youtube, Twitter o Instagram para comunicar brevemente mensajes centrales de la fe con recursos propios de la mercadotecnia o del lenguaje icónico de las redes sociales. Se puede comunicar un mensaje breve u organizar campañas de apoyo a causas determinadas, pidiendo donaciones.

La segunda área podemos llamarla catequética. Aquí se trataría de dar catequesis a distancia, utilizando aulas virtuales o tutoriales largos por Youtube. Igualmente, se podrían pensar en cursos de formación con guías organizadas que complementarían la catequesis de adultos o en conversatorios informales abordando “cuestiones disputadas”. Desde hace años están disponibles páginas webs con materiales formativos y doctrinales convenientemente seleccionados e indexados, como la página web del Vaticano (www.vatican.va).

La tercera área corresponde al acompañamiento espiritual. Podría tener dos modalidades. Una, la conversación espiritual personal por telecomunicación audiovisual, usando medios como Skype, Google-meet, llamadas de video de WhatsApp o Facetime. Sería una comunicación sincrónica en que la persona habla como si estuviera en una entrevista personal. La otra modalidad sería grupal. Se trataría de sesiones de diálogo acompañados a través de plataformas como Zoom o de ejercicios espirituales dirigidos, que bien podrían mezclar lo sincrónico con lo asincrónico.

La cuarta área es la comunitaria. Algunas de las plataformas anteriores permiten sostener reuniones a distancia para coordinar actividades o tomar decisiones. Muchos grupos se pueden congregar fácil y dinámicamente a través de estos espacios virtuales. Incluso asambleas parroquiales y sínodos locales podrían organizarse de modo eficiente y económico gracias a este recurso.

La quinta y última área de ciberpastoral sería la liturgia. Todo fiel católico urbano o urbanizado con acceso internet o a la televisión ha aprendido a participar asiduamente en la eucaristía de manera virtual, siguiendo el rito como si presente se hallase, salvo comulgar materialmente la hostia. Surge la pregunta de si todos los sacramentos no podrían celebrarse virtualmente.  La duda emerge por la materia del sacramento y por la presencialidad inherente al gesto simbólico. Las nuevas tecnologías hacen surgir nuevas preguntas en este campo: ¿vale confesarse a distancia? ¿No vale casarse a distancia? Ya sabemos que la respuesta ecelsial por el momento es no. Pero la discusión deberá hacerse en un futuro no tan lejano en un espacio sinodal.

Tres desafíos fundamentales para seguir caminando

Se puede decir que ya no está en discusión si se puede hacer pastoral a través de la web o red electrónica. Hemos sido testigos de una gran creatividad en este sentido durante la cuarentena del coronavirus. La pregunta que se debe hacer es más bien prudencial: ¿cuáles serían los límites de la actividad ciberpastoral? O formulado de otra manera, más taxativa y radical: ¿está llamada a desaparecer buena parte de la pastoral presencial a raíz de lo aprendido exitosamente durante esta cuarentena?

Ciertamente, no se puede responder con un rotundo sí; pero tampoco con un rotundo no. En su lugar, podemos seguir explorando los caminos de la ciberpastoral guiados por tres reglas fundamentales.

 No conviene reducir todas las formas de evangelización y construcción de la comunidad cristiana al ciberespacio. El principio de la encarnación pide que impliquemos nuestros cuerpos en el encuentro del Señor con el hermano.

Queda claro que la no implicación de nuestro cuerpo en nuestras actividades vitales puede acarrear daños en nuestro propio ser. Incluso podría afectar nuestra salud. Va contra la propia integridad personal pretender reducir la interrelación con las demás personas a una imagen de pantalla. Puede considerarse como contrario al plan de Dios el encerrarse para siempre en las relaciones virtuales, muy propensas al narcisismo.

Debe tomarse en cuenta que todavía hay muchas personas que, por su condición social precaria o por ancianidad, no están en condiciones de unirse a las actividades eclesiales por intenet. El grado de conectividad es un signo a tomar en cuenta cuando se vaya a trazar un plan ciberpastoral.

El ciberespacio se presenta ante nosotros como una gran oportunidad para la labor pastoral. Pero no puede concluirse que la evangelización vaya a experimentar una sustancial mejoría por reorganizarse virtualmente. Ya decía Aristóteles (y en eso le siguió el tomismo) que una moral racional es aquella que distingue sabiamente entre medios y fines. Ciertamente, el ciberespacio no aparece ante nosotros como un mero instrumento, pero es razonable entender que la internet no constituye un fin último para el ser humano, sino una posibilidad novedosa a explorar. ADH 846