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Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

De tanto ganar, olvidaron perder. Sumaban ya cuatro periodos consecutivos encabezando todas las instancias del poder político. Pero el tsunami electoral del 5 de julio les arrancó el alma y los dejó desnudos, sin la Presidencia, sin la hegemonía absoluta del Senado, sin la mayoría simple de la Cámara de Diputados y sin la mayoría de los municipios del país.    

Con veinte años gobernando en el último cuarto de siglo, los morados perdieron el piso y desdeñaron la práctica de cómo hacer una campaña electoral sin los jugosos beneficios del Estado. Golpeados y desorientados como están, tendrán que recuperar aquellas destrezas olvidadas de mediados de la década de los 90’s hacia atrás.

La organización partidaria, en consecuencia, está obligada a propiciar una revisión interna a profundidad. Antes de este eventual peritaje, el Comité Político debe autoevaluarse, con pista libre para la autocrítica y la renuncia automática de los miembros de ese órgano supremo de dirección del PLD.

 A seguidas, y en coherencia con los mandatos estatutarios del partido, proceder a convocar el noveno Congreso. En el transcurso, tanto el nuevo CP como el Comité Central, deberán conducir un proceso de renovación general de la dirigencia del partido. Los cambios deben abarcar la estructura electoral y la estructura político-social, incluyendo los comités intermedios y el cuerpo burocrático de la organización. Y, sobre todo, revisitar el cuerpo doctrinal fundacional de la organización política.

La transformación del PLD tiene que ser abierta y transparente, una suerte de perestroika y glasnost. Los dirigentes actuales no pueden pretender continuar con la práctica nepotista de colocar como sucesores a sus hijos, nietos, sobrinos y yernos. La sangre nueva --para ellos--, la representan sus descendientes y los miembros de su círculo íntimo y primario.

El PLD se construyó en base a importantizar a cada dirigente, sin importar el nivel de cada uno. Un miembro simple del partido se sentía tan dueño como un integrante del Comité Central o del Comité Político. El Poder obnubila y el Poder absoluto obnubila absolutamente. O, como dice el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, el Lic. Andrés Manuel López Obrador: “El poder atonta a los inteligentes y a los tontos los vuelve locos”. 

Eso le sucedió al partido morado. El ejercicio dilatado del poder, los llevó a dejar de lado la dinámica de dirección estratégica que los hizo grandes. Unos se atontaron, mientras otros se alocaron.

Los estrategas militares establecen que no hay guerra sin sargentos. El Prof. Juan Bosch, fundador y guía del PLD, insistía en que la política era la continuidad de la guerra en la paz.  La dirigencia peledeísta posterior a Bosch, mientras más poder concentraba, menos importancia otorgaba a los soldados y sargentos.

Se confiaron en el poder acumulado. Olvidaron que el poder sin infantería sirve para poca cosa. Las élites moradas en el poder, convirtieron a los presidentes de comités de base y a los presidentes de comités intermedios en asalariados de quinta categoría. La infantería peledeísta pasó de dirigentes políticos a empleados del gobierno. Se creyeron que sus cuadros se conformarían con dádivas de miseria. Perdieron de vista que, un día tal vez, esos cuadros comenzarían a cobrar la deuda de degradación de que fueron víctimas.

Cargando tanto dinero, que no cabe en árganas, el funcionariado morado de alto nivel derivó en tutumpote y le estrujó la opulencia en la cara a los peledeistas pobres. Igual hizo con los seguidores que le daban el voto elección tras elección.

El haber institucionalizado la soberbia los llevó –oh, justicia divina--, a la derrota. 

Con las bases del PLD esperándolos en la curvita, el gran reto de la dirigencia –la que todavía tiene los pies sobre la tierra--, consiste en mantener la unidad del partido. Sólo unidos podrán proceder a recomponer las fuerzas de infantería político-electoral. Esta es la carpintería electoral que tienen por delante. 

Si no, el León comenzará a conquistar poco a poco a los que se sienten burlados, degradados, engañados; en una operación parecida a la trama del cuento Caperucita Roja y el Lobo feroz. Los compañeros de la base, así, pueden ser presa fácil de aquel felino y de otros pescadores en río revuelto.

Aparenta, sin embargo, que la convocatoria al noveno Congreso del PLD abriría la caja de pandora. Pero cuanto más tiempo dure manteniendo los demonios encerrados, más difícil será agarrarlos por los cuernos y domarlos. 

A veces la vida deriva en paradoja.