Contáctenos Quiénes somos
Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

A los cuatro días de la cuarentena, Misael Antonio se percató de las filtraciones que roían la pintura de las paredes del baño. Nunca había reparado en las manchas color sepia a las alturas del techo, ni en el abombamiento aquí y allá de la superficie, ni en las rupturas del pigmento que parecían cáscaras de naranjas secas. Pues su vida era un trajinar incesante, un ir y venir en busca del pan y sus sueños.

Hasta que llegó ésta reclusión forzada.

Al principio se concentró en el distanciamiento social; y lavarse las manos cuando salía y cuando llegaba a la casa. Pero la mayor parte del tiempo se la pasó pegado a la pantalla del computador, del televisor y la del teléfono, informándose. Veía cómo el Covid-19 se cebaba con la población de España e Italia, cómo se diseminaba desde Wuhan por el mundo, y se asustó ante el desafío que el despiadado virus representa para nuestro país.

Otro problema rondaba por la cabeza de Misael. 

-- Uno puede trabajar duro, en lo que sea, y se cansa–, me dijo. Con una comida, una siesta y un buen baño recuperas las energías. Pero ¿qué puede quitar la más sublime e incierta de las fatigas producidas por el insoportable y difícil trabajo de hacer nada? Eso me dijo en tono apagado y filosófico.

Y eso lo obligó a ver, no desde adentro hacia fuera como de costumbre, sino desde afuera hacia adentro. Y resultó ahora que para él todas las experiencias son vicarias; virtuales tanto los besos como los abrazos, e inclusive, el amor.

--No sé dónde poner el tiempo que me sobra. Por eso me siento turbado--, dijo. Es lo que sucede con Joselyn Benítez.

--¿Joselyn Benítez? Pregunté. 

--Sí, sí, Joselyn. La mulata que le hablé tiempo atrás. La del cuerpazo rotundo que va dibujando curvas con su tongoneo al caminar. Mi elegante y simpática vecina, ¿recuerdas?

--Ya, ya, ya, recuerdo.

--Le he tirado par de cascaritas, y no resbala. Pero ella abre mis mensajes por whatsApp y, cuando le envío un corazoncito, ella me devuelve con una sonrisita. No más.

--Sígale, sígale que la cuarentena puede hacer milagros--, le dije.  

Misael Antonio me siguió contando su vida de encierro. Fue al cuarto de regueros para ver qué material y herramientas tenía para arreglar el baño. Lo que encontró fue eso: regueros. De modo que se impuso la tarea de tirar a la basura todo aquello inservible. Sólo salvó un pedazo de tubo. Justo lo que necesitaba para resolver otro problema: el pinche del desagüe. Su historia estaba salpicada de detalles, pero siempre terminaba diciendo:

--Óigame Miguel, esa mulata está “como´e”. Cuando usted la vea se sorprenderá. 

Con la inspección de los problemas de la casa, fue llenando poco a poco el vacío de tiempo que le sobraba. Pero matar al tiempo, le revivía la soledad. De modo que se sometió a un activismo militante. Fue al colmado, a la farmacia, al supermercado y a la ferretería. Compró los comestibles básicos para 15 días de encierro y yeso, pintura, cemento, brocha y espátula, para los arreglos de más urgencia. Al final quedó sin un centavo, aunque se sintió mejor.

Y así fue que el largo transcurrir de un día, cobró sentido en la nueva vida de Misael. 

--Ya voy acostumbrándome a la dinámica de encierro forzoso. Contrario a los primeros días, ahora la casa me resulta agradable, fascinante e interesante. Las fallas que eran simples, por mi descuido se fueron convirtiendo en averías complejas. Prometo que eso no volverá a suceder. 

El recogimiento se va haciendo natural en Misael. Por ejemplo, él afirma: 

--Lo que hace 4 o 5 días atrás provocaba incertidumbre y ansiedad, ahora se trasforma en costumbre. Y como la costumbre hace ley, me quedaré en la cuarentena voluntaria, aun cuando todo esto pase. 

Yo escribía un artículo donde llamaba a mis lectores a seguir a pie juntilla la orientación  de la OMS, para limitar el número de contagio. Pero este jueves volvió a llamarme Misael:

-- Miguel, ¿sabes qué? Joselyn me prometió que desde que acabe la cuarentena irá al Cuartel conmigo. Que arde de deseos por ser una reclusa. Que repartirá besos y abrazos. Como yo estaré al ladito de ella, los primeros besos, los segundos y los terceros serán para mí. 

Entonces pensé: ¡potente! Ésta será mi entrega.