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Opinión | TAHIRA VARGAS GARCÍA

El 2020 inició con hechos que consternan y entristecen nuestra sociedad. Cuatro mujeres asesinadas en un día (1ero de enero) por parejas y exparejas en distintas provincias del país marcan este clima.

La violencia de género está presente en nuestra vida social en magnitudes mayores de las que nos podemos imaginar, solo nos damos cuenta cuando ocurren hechos trágicos en los que las mujeres son víctimas.

Nos preguntamos siempre ¿por qué muchos hombres de nuestra sociedad son violentos?

Esta fue una de las preguntas que guió el estudio que realizamos para Profamilia y se publicó el pasado noviembre del 2019 sobre masculinidades y violencia de género.

En uno de los capítulos del estudio analizamos la violencia en la vida de hombres, adolescentes y jóvenes de distintos estratos sociales desde la niñez.

Predomina en las familias de la población estudiada el uso de métodos violentos desde el abuso físico, verbal, psicológico y uso de castigos con torturas.

Estos patrones de violencia generan dos tipos distintos de relación. Una en la que se reproducen las prácticas de violencia aprendidas como efectivas para la corrección de conductas en hijos e hijas, y otra en la que se produce una ruptura con estas prácticas y se establecen métodos no-violentos basados en el diálogo.

El aprendizaje de la violencia en la población entrevistada trasciende la familia y se presenta en otros escenarios como las relaciones entre pares, relaciones vecinales, espacios laborales y educativos. En estos espacios se aprende la pelea como la estrategia principal para la obtención de autoridad-respeto, resolución de conflictos, defensa, competencia de poder frente a las mujeres.

Relatos de peleas de distinta intensidad en distintas etapas desde la niñez hasta la adultez se hacen presentes en la población de los diferentes estratos sociales. En la niñez esta inicia como un juego-relajo y se torna intensa en el proceso de crecimiento e interacción social.

Las armas se convierten en un ingrediente importante en las peleas. El uso de armas tanto de fuego como blancas es reconocido como “normal” por algunos hombres y jóvenes como medio de defensa, protección y seguridad. Se reconoce el carácter masculino de las armas y su fortalecimiento del poder masculino desde su tenencia.

La violencia masculina se forja desde la legitimidad y normalización. Los colectivos sociales, familias, centros educativos, vecindad, grupos de pares son permisivos y fomentan las practicas violentas desde la niñez. Desmontar la violencia y agresividad en la vida social de los niños y adolescentes es un compromiso colectivo donde el sistema educativo, las políticas sociales y culturales tienen una gran responsabilidad.