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Opinión | César Pérez

Diciembre, por sus fiestas de Navidad y fin de año es el mes más esperado, largo y trascendente de todo el año, tiene el frenesí de las tres primeras semanas y la paz de la cuarta.

Por eso, quizás, uno puede hacer tantas cosas: realizar los tradicionales encuentros/fiestas con familiares, con amigos, con compañeros de trabajo o de oficios y para muchos, poder encontrar el tiempo para dedicarlo a viajes y lectura de libros particularmente sugerentes que estimulan reflexiones relativas a los valores e ideas que para el imaginario colectivo significan las fiestas navideñas.

En este mes he leído dos magníficos libros que me sugieren una reflexión sobre el título de este artículo, “Patria”, del destacado novelista español Fernando Aramburu y “El origen de los otros”, de la norteamericana Toni Morrison, premio Nobel de literatura.

“Patria” es una novela que describe la lacerante fractura de la amistad/hermandad entre dos familias, y al mismo tiempo al interior de cada una de ellas, victimas las dos del ambiente de terror, odio, fanatismo, xenofobia, racismo y asesinatos de muchos inocentes provocado por el ultranacionalismo vasco y exacerbado por las acciones criminales de la banda terrorista ETA y después de que esta fuera derrotada. En ese contexto, por la Causa, por la Patria, fue extorsionado y posteriormente asesinado el padre de una de esas familias, un mediano empresario por pedir tiempo y dar menos dinero del que se le exigía para financiar actividades de la banda. El comando asesino lo dirigía un miembro de la otra familia/amiga que se crio junto a los hijos de la víctima como si fuera también su hijo.

“El origen de los otros” es una recreación de la Morrison en su larga y fecunda reflexión investigación sobre la otredad o de la construcción negativa del Otro para crear/legitimar la identidad del Nosotros. Reflexiona sobre la supuesta y prejuiciosa esencialidad del negro, el otro, creada por la seudociencia occidental. En África, salvo en Sudáfrica, la palabra negro no significa nada, ellos son individuos/seres humanos y punto. Sin embargo, en los Estados Unidos esclavista y mucho después, un negro no era un individuo, era una cosa, una propiedad.

La Morrison da muchos ejemplos, uno de ellos plantea un problema ético desgarrador.

Es el de la esclava que mata su hija antes de ser apresada por los cazadores de esclavos fugitivos, porque no quería que ella sufriera los maltratos y violaciones que ella sufrió.

Una acción interpretable como un acto de amor maternal, la forma más absoluta de amar. Sometida a juicio, fue absuelta porque si la hubiesen declarado culpable la hubiesen condenado a muerte. De acuerdo con la Ley de Esclavos Fugitivos no tenía responsabilidad legal frente su hija porque esta era de su amo, no de ella. No fue juzgada como “un ser humano con responsabilidades humanas (maternal) sino como un animal” y devuelta a su propietario. En el actual orden social de los Estados Unidos, espíritu de esas leyes se mantienen como sustrato.

Ninguna Causa (política o religiosa), ningún orden social, ningún nacionalismo pueden ser validos si en su nombre se matan inocentes o se priva de derechos fundamentales al individuo.