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Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

Igual que Saramago, el Gabo era un mago. El primero, hurgando en los vericuetos del tiempo, fue testigo de un diálogo entre Dios y el Diablo. La conversación marcó un antes y un después en la manera de ver e interpretar el evangelio. En tanto, que el segundo descubrió el valor de la “m…..” mientras el Patriarca pretendía minimizarla. Ambos creen que a cada quién le llega su tiempo.

Según Saramago, la plática sirvió para que los dioses maniqueos del bien y el mal, cayeran en la cuenta que los dos se necesitan mutuamente. Si usted lee el "Evangelio según Jesucristo", se percatará que el Diablo siempre anduvo pendiente de que el joven Jesús pudiera completar las tareas dadas por su Padre celestial. En tanto, que Dios solo le decía a su hijo lo que debía hacer y luego lo soltaba a su suerte. Lucifer hizo conciencia de que el triunfo de Jesucristo le garantizaba seguir gravitando en la mente humana. 

De su lado, García Márquez era íntimo desde niño del General de “El Otoño del patriarca”. Por tal razón, sabía de sobra que “…el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo…”.

--…al fin y al cabo cuando yo me muera volverán los políticos a repartirse esta vaina como en los tiempos de los godos, ya lo verán, decía, se volverán a repartir todo entre los curas, los gringos y los ricos, y nada para los pobres, por supuesto, porque ésos estarán siempre tan jodidos que el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo, ya lo verán…--, sentenció el General.

Se dice que García Márquez exageraba, en voz del General “a lo jodido que estarán siempre los pobres inmerso en una realidad de sistema corrupto que aún se vive en muchos países”. Otros creen, que la frase guarda una relación con “…los biodigestores caseros, escolares y comunitarios…”. Un proyecto promovido por el gobierno colombiano de entonces “…para reutilizar la mierda o heces fecales de humanos y animales dándole a ésta un valor económico y ambiental”.

Dicen las malas lenguas, que  el Gabo le respondió, --General, si le pica una cacata dominicana entenderás de una vez por todas, el terrible valor de la “m…..”--.

El General era respondón, y él prefería, como jefe al fin, cerrar la conversación. --Sí, pero nunca se ha escuchado que una cacata le picó a un rico y acaudalado señor--, ripostó el General según las voces de la calle.

La contribución de los dos gigantes de la literatura no es pajita de coco. Saramago evidenció que Dios, como si fuera un mortal cualquiera, necesita de otros para justificar su existencia. En consecuencia, la proclamada enemistad milenaria entre Dios y el Diablo es pura argumentación política para impulsar las paciones humanas.

En cambio, el Gabo demostró que todo en la vida tiene un valor incalculable, sin importar lo ínfimo que parezca. La clave está, en que a cada uno le llega su tiempo, así tengas que apoyarse en un diálogo con el Patriarca o con un coronel que no tiene quien le escriba.

Tanto García Márquez, el Gabo, como José Saramago, hablan del poder. Un poder que puede ser tan grande como la nación sobre la que se le impone. También alertan sobre la fragilidad de ese poder. Un poder, cuya inestabilidad crece en la misma proporción en que se hace más fuerte.

La línea divisoria entre la grandeza del poder y su consecuente fragilidad, es tan flaca que muy pocos consiguen percibir su existencia. Cabe entonces la pregunta:

¿Estarán los políticos dominicanos de hoy viendo la línea entre la “mierda” y el poder supremo?