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Opinión | Telésforo Isaac / obispo Iglesia Episcopal Dominicana

El experimentado articulista Justin Dragma, publicó un artículo en Quota de la Universidad de Austin, abril 10/ 2024, intitulado en inglés: “Why can’t we prevent death” (“Por qué no podemos prevenir la muerte”).

Tanto él, como nosotros, debemos estar al corriente de lo que dice Eclesiastés 3:1-2, “En este mundo todo tiene su hora, hay un tiempo para todo cuanto ocurre. Un tiempo para nacer y un tiempo para morir”; por tanto, especular en prevenir la muerte de los seres humanos, es un tema absurdo en el cual no se debe perder tiempo para pensar ni tratar de implementar. Esto es así, a pesar de las modernas y sofisticadas tecnologías que se desarrollan en la actualidad. Por ejemplo, una firma prevé lanzar un útero artificial que podría gestar 30,000 bebés por año, debido a que en Europa existe una baja tasa de crecimiento poblacional, lo que implica una merma en la posibilidad de ingresos de impuestos en el futuro. Al mismo tiempo, existen países que fabrican y venden armas y medios nucleares para la extinción masiva de poblaciones.

Los seres humanos existimos desde hace más de dos millones de años, y la especie se ha transformado a través del tiempo. Si las personas no mueren, no habría espacio en el globo terráqueo para millones de criaturas que nacen a diario. El Creador es sabio y planificó bien lo que hizo. “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado”. (Eclesiastés 3:1-2)

Los científicos alegan que el universo se transforma y se expande continuamente; hay acciones de evolución y el reloj cósmico se mantiene en marcha; el tiempo geológico marca los espacios de épocas. Por tanto, el proceso de evolución es indetenible y en la superficie tangible del mundo, diariamente, nacen seres humanos y algunos mueren.

Hay una verdad insoslayable en la naturaleza acerca de todo lo que existe en el planeta. Esa realidad es: todo lo que nace muere; lo que empieza, termina; lo que surge físicamente, se transforma; lo que germina, desaparece; lo que comienza, finaliza; pero, los que tiene fe y creen en el Señor Jesucristo, tendrán vida en una dimensión celestial. 

De igual modo, los seres vivos, sean organismos de simple núcleo o de complejidad, árboles frondosos o plantas trepadoras, animales o entes humanos: nacen, crecen, alcanzan capacidad para dar frutos o para reproducirse, envejecen y mueren.

Hay períodos muy bien definidos en espacio y tiempo, cuya existencia de millones de años, ha sido determinada por la ciencia, y se presume que sucederán ciclos enmarcados en la Tierra que las escrituras de antaño han reflejado como los casos del “Diluvio Universal” (Génesis 7:1-24) que ahogó y arrastró todos los vivientes de entonces, y el caso de la “Torre de Babel” (Génesis 11: 1-9). Y lo que fue profetizada por Jesús el Nazareno (Mateo 24: 1-28). Llegará el tiempo en que exista un nuevo mundo, donde haya una civilización acorde con esa venidera época.  Por consiguiente, prevenir o postergar la muerte, es irracional; pues, hay un momento para cada cosa en este mundo.