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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Ser niño/a es una de las etapas de la vida más hermosa. Es el tiempo en que se construyen las mejores experiencias de vida, añoranzas que trascienden y acompañan los recuerdos durante el crecimiento y desarrollo, por el resto de la vida.

De esas experiencias, sean positivas o negativas, el individuo construye estructuras mentales que forjan la personalidad, el carácter que fragua el temperamento, las expectativas de vida y en definitiva las esperanzas y las ilusiones que conducen en futuro los planes y proyectos de vida.

Lamentablemente, no todos los niños y niñas corren con la suerte de crecer en entornos saludables y seguros, lo cual les expone y les hace presas fáciles de todo tipo de depredadores, quienes aprovechan circunstancias de confianza y vulnerabilidades de tipo económicas, emocionales o que representan una figura de autoridad, para sacar provecho y violentar la vida e integridad moral de niños, niñas y adolescentes.

Esta es una realidad tóxica, cuya concurrencia, va en aumento de manera preocupante y alarmante en nuestro país.

En el caso de nuestro país, varios estudios realizados por organismos internacionales como UNICEF, han acotado los grandes desafíos que tenemos en materia de protección y cuidado de la niñez, en vista de que para el año 2022, se estimaba que el 3% de los niños y adolescentes de 1 a 14 años habían sido víctimas de disciplina violenta en sus hogares; mientras que un 29% de las víctimas de delitos sexuales reportados eran menores de edad.

Estas cifras constituyen una realidad latente que se evidencia cada día con el simple hecho de acceder a medios de información, donde se es testigo del reporte de nuevos casos, que, en ocasiones, hieren la sensibilidad humana, tocan en lo profundo y despiertan con el instinto material/paternal.

 Ante este contexto, es fundamental que se pase de la preocupación a la acción urgente, valorando los posibles factores de riesgos que facilitan la violencia, abuso y maltrato infantil, y utilizarlos como base para proponer y promover el diseño de políticas preventivas eficaces, que garanticen una sociedad segura para este sector, que les otorgue herramientas y empodere sobre posibles riesgos, hacia dónde pueden ir en caso de, que se apliquen medidas sancionarías a los padres/madres negligentes y se maximicen las penas para todos los involucrados en casos de violencia de cualquier tipo hacia un niño/a.  

Las causas de violencia, abuso y maltrato infantil pueden ser multifactoriales y abarca desde el abandono, negligencia de los padres/madre o tutores, dificultades económicas, aislamiento social, hasta aquella propiamente permitida por el sistema social.

Estas debilidades facilitan la materialización de actos que marcan y manchan para siempre la vida de estos niños y niñas para siempre, les roba su sonrisa, les arranca la esperanza, favoreciendo la reproducción de un círculo de pobreza y violencia, del cual tardan generaciones en abandonar, considerando que, una vez echo el daño, adolecen de acciones que les garanticen apoyo, seguimiento y recuperación para los niños/as afectados.

En la mayoría de los casos, es una doble condena, porque los niños/as o las familias deben afrontar las consecuencias solos/as, y en ocasiones sus vidas suelen ser marginadas, dejados a un lado, ignorados y en el futuro, señalados y culpados por las conductas que puedan llegar a expresar, sin entender que detrás de ello, existe un trasfondo, del cual no se han podido liberar porque no recibieron el apoyo y la orientación psicológica que su situación ameritaba, que les permitiera sanar y tener una vida organizada y estable como todos los niñ@s tienen derecho a disfrutar.

Recientemente, una de las tantas víctimas de violencia y abuso a manos de un conocido y cuyas consecuencias fueron fatales, lo es el caso de la niña Willeni Lorenzo Herrera, de 11 años, proveniente de la provincia de San Cristóbal.

Aníbal González, era una abogada, joven madre en cuya edad productiva, su exesposo y padre de sus hijas la asesinó frente a estas, luego de un proceso judicial negligente que liberó al opresor a pesar de haberla intentado asesinar antes.

 Hoy día sus hijas se quedaron sin madre que las proteja, desprovistas y viven en la pobreza y penuria intentando sobrevivir ante el trauma vivido, lo cual las condiciones económicas casi no le permiten.

La niñez que no es protegida y cuidada es vulnerable y se convierte en blanco y víctimas de desigualdades sociales, depredadores, de personas desalmadas e irresponsables que se valen de estatus y posiciones de control como única opción de esos niños en ese momento y en lugar de darle esperanza, se convierten en suplicio y castradores de sueños.

El futuro de un niños/as no puede depender de la voluntad de quienes, a regañadientes, con actos de discriminación, rechazo, decidan hacerle un “favor”, “salvándoles de entornos no seguros, pero sumergiéndolos en otros donde sus derechos son absolutamente vulnerados.

La violencia contra los niños/as no es un asunto privado, por lo cual la vida, seguridad y futuro de un niño/a no pueden depender siquiera de sus propios padres/madre, por lo que el Estado debe propiciar el diseño de políticas enfocadas a prevenir que los niños/as, vivan situaciones de vulnerabilidad,

A los niños/as victima de algún tipo de violencia, no solo le fallan sus padres/madres, sino también todo aquel testigo a consciente de la situación que prefiere hacerse de la vista gorda e ignorar como muestra de egoísmo e individualismo a su máxima expresión.

No es posible ser insensibles o pasivos, cuando se es testigo o consciente de evidentes actos de abuso y violencia contra un niño/a, porque cuando un niño/a es violentado, su rostro lo dice todo.

Ya es hora de alzar las voces y erradicar las complicidades que normalizan, ocultan y callan la violencia hacia los niños/as en todas sus formas.