San Juan, Puerto Rico. Julia de Burgos es nuestra poeta nacional. Tan fuerte es su presencia en el imaginario colectivo que cuando decimos “Julia” es en ella en quien pensamos. Sin embargo, ¿es en ella en quién pensamos?
Más bien imaginamos desde relatos repetidos en el que se juntan anécdotas, recuerdos, olvidos, informes de FBI y otras divagaciones. ¿Cómo conocemos a otra Julia más compleja, más “real”? En su poesía, claro. Pero también en su diario y en sus cartas.
Los diarios pueden considerarse como un género literario. Son una forma de escritura personal en la que alguien registra sus pensamientos, sentimientos, experiencias y observaciones de manera regular. Aunque los diarios suelen ser escritos para uso personal, algunos diarios han sido publicados y se han convertido en obras literarias gracias al papel que juegan los editores y el juicio de los lectores. Ciertamente, los diarios pueden proporcionar una visión interna y auténtica de la vida y las experiencias de una persona. Pueden ser utilizados para explorar temas universales, capturar momentos históricos o transmitir una perspectiva única del autor. Algunos ejemplos famosos de diarios literarios incluyen el Diario de Ana Frank y los diarios de Virginia Woolf.
Sin embargo, en el caso de Julia de Burgos, la intención de su “diario” -que no era tal, puesto que se trataba de papeles sueltos- no es solamente personal, sino que se trata de apuntes en los que tampoco hay una regularidad como en los diarios. Se trata de lo que la poeta escribió en el transcurso de dos semanas durante su estancia en el hospital Mount Sinai en Nueva York, en 1948. Ese breve período de introspección, vulnerabilidad, agonía, revela una personalidad, como decíamos, muy compleja. A pesar de que no se trata de un diario en el que se explaye durante años, se trata de un documento importante. Dos ediciones del mismo son muy pertinentes. La de Edgar Martínez Masdeu, de Libros de la Iguana, publicada en 2014 y el monumental trabajo de Carmen D. Lucca, El diario de Julia y otras verdades sencillas.
Este último trabajo incluye 444 páginas con documentos, como el intercambio epistolar entre José Olmo Olmo y Armando Rivera. Incluye cuatro ensayos, en español e inglés, escritos para pueblos hispanos. Lucca también tradujo e incluyó análisis y detalles sobre la entrevista de Chiqui Vicioso a Juan I. Jimenes Grullón (1981), así como las portadas de la primera edición de Poema en 20 surcos y El mar y tú, de Colecciones Olmo. Se trata de un trabajo de investigación detallado que tiene como propósito, según afirma la propia editora, acabar con los mitos y falsedades sobre la biografía de nuestra poeta.
Otro libro primordial es Cartas a Consuelo, de la editorial Folium (2014) con un prólogo de Lena Burgos-Lafuente, en el que la poeta escribe a su hermana. De nuevo, aquí estamos en otro género. Por supuesto, cartas literarias pueden abordar una amplia gama de temas y géneros, incluyendo la poesía, la ficción, la no ficción, el romance, la política y más. El género epistolar nos ha dado joyas como Frankestein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, o colecciones memorables —sin intención literaria— como las cartas de Vincent van Gogh a su hermano Theo, las cartas de Emily Dickinson a sus amigos y las cartas de Frida Kahlo a Diego Rivera. Estas cartas de Julia no pretenden ser expresión artística pero, como señala Burgos-Lafuente, provee material muy pertinente para la justa apreciación de una figura tan importante de nuestra historia nacional. Julia de Burgos todavía espera por una biografía completa, objetiva, bien documentada y libre de prejuicios. Estos tres libros serán de gran ayuda en esa empresa.
Fuente periódico Claridad https://claridadpuertorico.com/julia/