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Opinión | Por Orlando Beltré

El reciente diálogo sobre la crisis haitiana y su impacto en la República Dominicana, convocado por el presidente Luis Abinader y en el que participaron los expresidentes Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina, marcó un hecho político sin precedentes en la historia reciente del país.

Pocas veces los dirigentes dominicanos habían mostrado un frente tan cohesionado ante un asunto de política exterior y seguridad nacional.Sin embargo, el gran ausente en esa mesa fue Haití. Y esa ausencia, inevitable por el caos institucional que vive el vecino país, deja una grieta profunda en el alcance real de las conclusiones.

Un encuentro más político que fronterizo

Aunque el documento final del diálogo aborda temas de desarrollo, en mi opinión, la principal preocupación del gobierno dominicano no era la cooperación económica ni el desarrollo transfronterizo, sino cómo blindar al país ante el desbordamiento de la crisis haitiana.
El discurso de la seguridad y el control migratorio sobrevoló todo el encuentro.

No nos llamemos a engaños: las propuestas más visibles giraron en torno a la vigilancia fronteriza, la infraestructura aduanera, el ordenamiento del comercio informal y la creación de un marco jurídico que refuerce la capacidad del Estado para regular el flujo de personas y mercancías.

Más que una política de integración, el encuentro pareció buscar una estrategia de contención, un cerco que preserve la estabilidad interna dominicana ante el colapso de las instituciones haitianas.

El documento que resume los acuerdos y las conclusiones del encuentro habla de “desarrollo compartido”. Para mí, ésto suena más a enunciado diplomático que a una convicción real.

Comercio fronterizo: la gran promesa del desarrollo compartido

Los dialogantes dedicaron bastante tiempo a analizar el comercio binacional, para finalizar proponiendo formalizar, proteger y ampliar los intercambios económicos con la intención de transformar la frontera en un espacio de oportunidades sostenibles.

Figuran en el texto la creación de zonas especiales de desarrollo, un posible tratado de libre comercio parcial, la modernización de aduanas y la integración de corredores logísticos. También se habla de bancarización, formación técnica, MIPYMES fronterizas y turismo ecológico.
Sin embargo, la contradicción es evidente: ¿cómo hablar de comercio inclusivo si la prioridad del Estado sigue siendo el control y la vigilancia?

Es evidente que los grandes proyectos técnicos pierden sentido si no se acompañan de voluntad política para incluir a las comunidades locales y si no existe una contraparte haitiana legítima que garantice el equilibrio.
Es difícil imaginar una integración económica auténtica cuando solo una parte escribe las reglas del juego.

Luces de planificación, sombras de realidad

El documento muestra ambición técnica y una visión de desarrollo moderna. Pero su mayor debilidad radica en la desconexión entre el discurso y la realidad.La frontera no cambiará con más cámaras, muros o decretos, sino con educación, crédito, vivienda y oportunidades reales.
El desarrollo no se impone desde arriba; se construye con la gente que vive el polvo, el comercio diario y la incertidumbre del límite.

Por eso, los planes de conectividad vial, los corredores aduanales o los fondos especiales solo tendrán sentido si se convierten en instrumentos de justicia social y bienestar compartido, no en herramientas de control.

Turismo alternativo y desarrollo comunitario

Entre las ideas más inspiradoras está la del turismo alternativo —ecológico, cultural y comunitario—, capaz de dinamizar la economía local y promover el intercambio humano.

Imaginemos rutas binacionales que recorran la belleza natural y la riqueza histórica compartida; proyectos donde las comunidades sean gestoras activas, no simples beneficiarias.

 Ese turismo sostenible podría ser el rostro amable de la frontera, el símbolo de que la cooperación no solo es posible, sino deseable.

Una frontera con rostro humano

No seamos ilusos, el diálogo convocado por Luis Abinader, más allá de sus luces políticas, deja al descubierto una verdad incómoda: la relación entre Haití y República Dominicana no avanza por falta de confianza mutua y por la ausencia de un interlocutor haitiano con legitimidad institucional.

La política dominicana busca protegerse del caos, pero sin una visión de isla compartida, toda muralla será provisional.

El comercio, la seguridad y la gobernanza binacional son tareas que exigen dos manos. Y hoy, solo una está extendida.

La historia común —sus heridas, su música, sus raíces africanas y caribeñas— demuestra que cuando ambos pueblos cooperan, la frontera se convierte en un puente.

Ojalá este diálogo, nacido de la urgencia y del temor, se transforme en una semilla de esperanza, en el inicio de una política más humana, donde la palabra “frontera” deje de significar separación y empiece a sonar a encuentro.

Una isla, dos pueblos, un destino que —por más muros que se levanten— seguirá siendo compartido.