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Opinión | Doctor Nelson Figueroa Rodríguez/abogado y consultor internacional

En nuestro tránsito por este plano existencial, siempre tenemos como norte dejar una huella que justifique nuestra presencia en este universo, consistente en dejar una impronta que, a través de los años, se pueda reconocer y justificar nuestro paso por este mundo terrenal.

Al conjeturar con esa realidad, desde mi niñez, me involucré en las actividades deportivas, culturales, religiosas, sociales, académicas y, desde que adquirí la mayoría de edad, hice mi primera, única y efímera participación en la actividad política partidaria, entendiendo que, desde la política, se podían y se pueden hacer las grandes transformaciones sociales de un país. Conocí en ambas realidades los problemas micros, que afectan un individuo o una comunidad y los que problemas macros, que vinculan a todo un colectivo.

La política me permitió ver un enfoque distinto de la sociedad, pues sus acciones iban orientadas a la búsqueda de soluciones de los grandes problemas nacionales que, a través, de planteamientos teóricos grandilocuentes, amplificados por discursos preñados de datos y estadísticas, presentaban la fórmula para la solución de esos obstáculos.

Todos los partidos políticos, sin excepción,  planteaban  acabar con los apagones, mejorar la calidad de la educación, dignificar el  sistema de salud, resolver el abastecimiento del agua potable, solucionar el caos del tránsito y el drenaje pluvial, poner fin a la burocracia de la administrativa pública, eliminar  las “nominillas” , de  personas que cobran sin trabajar,  acabar con la delincuencia, terminar con el alto costo de la vida, en fin, cual acto de magia, solucionar todos los males.

Mientras, en las organizaciones sociales, nos enfocábamos en la solución a problemas cotidiano que, para los comunitarios eran de gran impacto; para doña Catalina, en Villa Mella, el no tener un Acta de Nacimiento, le  imposibilitaba acceder a  un empleo;  a los moradores de Barrio Nuevo, en Barahona, la construcción de letrinas le significaría un adecentamiento a su dignidad; para la comunidad de Guachupita, lograr articular a las organizaciones del sector, elevaría más su voz por los reclamo de la barriada; para La Ciénaga construir el puentecito sobre la cañada de Bonavides, le permitía tener acceso al mercado del sector de los Guandules;, al igual que para la  comunidad de Los Corales, en El Almirante, tener huertas hidropónicas comunitaria, le permitiría  producir alimento en su propia localidad.

El camino por estos dos mundos, me llevó a tomar una decisión, concentrarme en la búsqueda de solución a los problemas nacionales, o caminar con las personas y las comunidades en el desenlace  de sus problemas cotidianos y de intereses puramente locales. La respuesta me la fue dando el tiempo. Fui descubriendo que en  los partidos políticos hay muchas personas bien intencionadas, pero, arropada por grupos de trepadores, oportunistas y saqueadores, que ven el Gobierno no como un instrumento para servir al Estado y a la sociedad, sino, como un botín de guerra al que hay que saquear, un mundo donde la hipocresía alcanza la madurez, se gradúa con honores y recibe la alta distinción de trapisondista.

Preferí entonces quedarme con el sincero apretón de manos de don Rufino, en Mata Gorda, Jabacoa, a mi llegada a su comunidad para organizar los grupos de madres; con la invitación a pernotar  y tomarle su café, en jarro,  a Doña Juliana, en la loma del Dajao en Villa los Almácigos, cuando la crecida del rio me impedía cruzar, después de haber  echado el día promoviendo las huertas comunitarias;  me quedo con el allante del apodado  “ La Chispa”  en  la comunidad de Los Rieles,  en San Francisco de Macorís , que me dice, “ mi papá ”,  al saber que sus hijas irán a la escuela, por la gestión  que hicimos de su Acta de Nacimiento, me quedo con las gracias y el discurso mirándome a los ojos de Don Florencio,  en la comunidad de Venga a Ver,  en  Duvergé, después de impartirle el taller de Organización y Participación y, quedo pago y satisfecho  con el abrazo grupal de las madres de  la comunidad de la  Luisa Prieta,  en Monte Plata, después de que logramos dejar instalado el modesto  politécnico en la localidad.

Los cambios y los  aportes en la micro  han sido de gran ayuda y trascendencia para sus moradores. Han sido de impactados en sus vidas. Donde las  localidades han jugado su rol desinteresadamente, sin esperar retribuciones pecuniarias, ni posiciones de dirección,  más que el objetivo común y la voluntad de servir. En cambio a más de treinta y cinco años por mi paso por un partido político, los cuatro principales  partidos del sistema  ya han dirigido los destino de la nación y aun seguimos esperando la solución de por lo menos uno,  de los grandes problemas nacionales, pero continuamos escuchando de los políticos la misma retórica, el mismo discurso.