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Opinión | Profesora Rosario Espinal/analista social

Cada año, el reporte sobre la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de República Dominicana deja el país perplejo. Con frecuencia se anuncia alta; por ejemplo, en el 2014 fue 7.1%, la mayor de América Latina, según las autoridades; y para 2015 se proyecta también alta.

 En estos momentos, además, voces gubernamentales proclaman que en República Dominicana la clase media va en aumento y ya supera la pobre; ergo, llegó el progreso.

Un país con 10 millones de habitantes, que en los últimos 50 años ha crecido tanto, debería mostrar mejor nivel de vida para la mayoría de su población. Pero no, abunda la pobreza aunque la quieran encubrir con un supuesto aumento de la clase media.

¿De dónde proviene tan alto crecimiento económico año tras año?
En República Dominicana no hay patentes de invenciones importantes ni tampoco sofisticación tecnológica. Las zonas francas, aun en tiempos de auge, pagan bajos salarios. El turismo es de todo incluido cotizado en el exterior. La agricultura se basa en la híper-explotación de la mano de obra barata indocumentada haitiana. En la construcción domina el Gobierno y abunda también el trabajador indocumentado. La minería crea pocos empleos y en el comercio predomina la informalidad.

¿Y entonces? Veamos tres fuentes problemáticas del crecimiento.
Los escándalos del narco que resuenan en la prensa de vez en cuando son ilustrativos. Si las autoridades civiles y militares dejan que abunde el narcotráfico porque participan en los beneficios, el dinero circula en la economía dominicana y contribuye al crecimiento.

Ese negocio necesita agallas, y a algunas autoridades parece no faltarles, sea para el micro o macro-tráfico. Ni el monto ni las características de las transacciones del narco aparecen descritas en las estadísticas económicas oficiales, y probablemente nadie conoce su magnitud exacta, pero impacta en sectores claves del PIB como el comercio, la construcción y el financiero.

La ilegalidad del narcotráfico, sin embargo, limita su impacto positivo en el bienestar de la población porque las transacciones comerciales no están sujetas a la ley, no pagan impuestos, y predomina el chantaje y la corrupción con una participación fundamental de autoridades públicas. El lavado infla la economía y el sistema económico se hace narcodependiente.

Otro motor del crecimiento económico dominicano es Haití en dos vertientes. La República Dominicana exporta muchos productos que necesitan los haitianos; es un mercado cautivo por la cercanía geográfica, donde ha predominado la ilegalidad y el contrabando. Por otro lado, los haitianos indocumentados proveen la mano de obra barata que permite al empresariado dominicano, sobre todo agrícola y de la construcción, crecer y obtener mayores ganancias.

Pero ese crecimiento económico tiene un impacto limitado sobre el bienestar de la población por su alta concentración. Los empresarios pagan bajos salarios a los indocumentados y no los inscriben en la seguridad social, aunque el Estado tiene que costear servicios básicos a esa población. Así, los empresarios obtienen mucha ganancia y la sociedad dominicana tiene que absorber el costo de subsidiar esa mano de obra sumida en la pobreza.

Finalmente, el crecimiento económico dominicano es también producto de los grandes préstamos que toma el Gobierno. Esos préstamos generan un falso progreso, porque tarde o temprano producen una crisis de pago que empobrece a la mayoría de la población, ya que no hay productividad interna para enfrentar las grandes deudas.

El modelo económico dominicano consiste en corromper más y explotar más para acumular más, y endeudarse más para crear ilusión de progreso en medio de la pobreza. Por eso es un crecimiento económico fallido que no forja una sólida clase media.