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Noticias | Por Eugenio García Cuevas

Bien que el periódico El Nuevo Día en su editorial de hoy domingo (17 de julio de 2016) llame a la solidaridad con Haití. Igualmente que subraye la ayuda que ha recibido de algunas organizaciones en Puerto Rico.

No es desde ahora que el mundo entero sabe que Haití precisa asistencia humanitaria. Esa crisis se conoce hace décadas y muchos antes: desde que las potencias extranjeras desgajaron y desangraron esa parte de la isla, sobre todo Francia y posteriormente los EE.UU, entre otros. Desde su independencia esa miseria al rojo vivo ha estado ahí. Pero la ayuda nunca ha llegado en proporción a las necesidades del desamparado país. Les han enviado migajas y estrellas del mundo del espectáculo y la política para que se fotografíen con esos pobres descendientes de africanos y así alimentar sus dones e imágenes de estrellas caritativas y solidarias. Las visitas de la mayoría de estrellados solo han sumado capítulos más a sus vidas fastuosas a costa de la miseria de esos seres humanos.

Nadie mínimamente informado puede negar las repatriaciones voluntarias y forzadas que se han generado desde la República Dominicana hacia el otro lado de la frontera domínico-haitiana. Pero he aquí la gran paradoja: en respeto a la verdad estadística habría que decir categóricamente que hasta ahora el país más solidario con Haití siempre ha sido y es la República Dominicana, que curiosamente es también un país pobre, aunque no a los niveles de Haití…

Este no es el espacio para desglosar pormenores de ese socorro, no solo en el contexto del terremoto de 2010, sino antes y después de esa catástrofe que dejó a Haití más insolvente y empobrecido que lo que estaba antes. No hay que identificarse necesariamente con el gobierno dominicano de entonces para reconocer que cuando ocurrió ese desastre natural, la República Dominicana envió prácticamente casi todas sus unidades de salud y de rescates hacia Haití, también abrió la frontera y permitió que por varios años las parturientas haitianas dieran a luz en los hospitales dominicanos; amén de que posteriormente el gobierno dominicano construyó una universidad en la capital haitiana, entre otras asistencias materiales.

Que el periodista estrella de El Nuevo Día Benjamín Torres Gotay –muy respetado y certero tantas veces– investigue bien para que siga manteniendo la credibilidad y simpatía de un gran sector de la lectoría en Puerto Rico. En sus crónicas del sábado y el domingo pasado (9 y 10 de julio) y en el editorial de hoy –que presumo que debió escribir él– al menos debió hacer referencia a la cantidad de organizaciones cívicas, culturales, educativas, domínico-haitianas, políticas y religiosas dominicanas, entre otras, que consistentemente se han solidarizado con Haití y que también han denunciado los atropellos –cuando han sucedido– que se han cometido en contra los haitianos directos y de los domínico-haitianos que han sido víctimas, no de la sentencia 168/13 (como erradamente dice el editorial) sino de las limitaciones mismas de Ley 169/14 que sustituyó, ya sea por las presiones nacionales e internacionales, a la abominable, racista y funesta sentencia 168/13. Para ser balanceado y justo el editorial debió resaltar las diferencias entre una y otra porque no son equivalentes.

A estas alturas de los acontecimientos ya debería estar meridianamente despejado para los medios internacionales interesados en darle continuidad al conflicto domínico-haitiana que aunque la ley de Regularización de extranjeros 169/14 nunca fue perfecta del todo, sí significó un paso de avance con relación a la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional. Repito: La Ley 169/14, aun con todas las deficiencias que tiene, y que habrá que revisar, posibilitó que miles de extranjeros (mayormente haitianos) regularizaran su status de extranjeros en la República Dominicana para que luego pudieran optar por la ciudadanía dominicana una vez cumplidos los requisitos de lugar que en parte requerían la cooperación de buena fe del gobierno haitiano.

¿Qué significó la 169-14 para los trabajadores haitianos? Propició, primeramente, que esos trabajadores –una vez legalizados– entraran al mundo laboral formal dominicano y que fueran tratados más dignamente al igual que un trabajador dominicano. Es decir, que los patronos se vieran obligados a pagarle prestaciones tales como seguros médicos, organizarse, vacaciones y otros beneficios marginales que nunca recibían mientras trabajan en el mundo laboral informal e ilegal.

En otras palabras, que mientras trabajaban como ilegales eran sobreexplotados por el capital nacional e internacional sin ningún otro beneficio que el mísero salario que recibían por debajo de las escalas reglamentarias. Por eso se ha dicho –muy correctamente– que los principales enemigos de la legalización de los trabajadores haitianos han sido los capitalistas y la oligarquía dominicana. A partir de la Ley 169/14 a esos obreros haitianos ya no los pueden explotar doblemente porque quedaron protegidos bajo las regulaciones de las leyes laborales dominicanas.

Hasta ahora la cobertura mediática sobre el drama de esta isla pobre dividida en dos Estados ha seguido dos direcciones: una responsable y otra irresponsable-tendenciosa empeñada en reducir un asunto tan doloroso y complejo históricamente al puro maniqueísmo: los malos son los dominicanos y los buenos son los haitianos. Eso como si existiera algo así como el “haitiano” y el “dominicano” y sin plantearse siquiera que lo que hay en esa isla son haitianos y haitianas, dominicanos y dominicanas, que incluso se emparejan entre sí sin mirar fronteras. De ahí los dominico-haitianos. Se trata de sujetos humanos situados en los conflictos internos de las diferencias de clases sociales de cada país donde abundan millones de pobres que son explotados y explotadas por unas minorías elitistas privilegiadas que son las dueñas de casi toda la riqueza material de sus respectivos territorios.

Es innegable que tanto dentro como fuera de La Española hay dominicanos hostiles a los haitianos, igualmente que hay haitianos hostiles a los dominicanos. Pero también están los dominicanos que respetan y se hermanan con los haitianos y viceversa. Coexiste igualmente el intelectual dominicano que aborrece al intelectual haitiano e inversamente. También cohabita en la isla el intelectual dominicano que respeta y se hermana con el haitiano recíprocamente. Los ejemplos de esa fraternidad y entendimiento sobran más allá de las ronchas que en el tiempo han dejado la invasión y dominio haitiano de 1822 a 1844 a la RD y la guerra separatista que llevaron a cabo los dominicanos para declararse como república independiente en 1844.

Súmesele a este hecho la matanza abominable de miles de haitianos en 1937 consumadas por el ejército asesino del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Resultado: coexiste en la isla por sus cuatro extremos la xenofobia y la xenofilia. Derrotar la primera a través de la educación e instituir acuerdos bilaterales es el mayor desafío que tienen ante sí ambos países autónomos desde los parámetros del derecho internacional.

Desconocer al día de hoy que hay apátridas en la frontera dominico-haitiana, ya sea por las limitaciones inherentes de la misma ley 169/14 o por las irresponsabilidades de las élites gobernantes haitianas para con sus ciudadanos, sería negar exaltadamente los hechos por la fiebre del nacionalismo ciego o medio ciego. Ambos estados arrastran su cuota de responsabilidad en esta desgracia humana que se vive en la frontera y en las interioridades de la isla de sus respectivos territorios nacionales. No debe olvidarse, sin embargo, que de manera doble no todos los dominicanos ni todos los haitianos se sienten necesariamente representados ni conciertan con sus concernientes gobernantes en asuntos de políticas migratorias ni sociales. Es mi caso.

Al margen de apelar a cualquier discurso de énfasis nacionalista (porque no lo soy) reitero que por pura competencia mediática, ignorancia de los hechos cercanos e históricos o por cualquier otros motivos escondidos, el tratamiento de la cuestión domínico-haitiana demanda de mucha sensibilidad social y de ciertos conocimientos básicos de la historia de estos dos países. Esa inhumanidad que se vive en Haití, espantosa y vergonzosa desde cualquier ángulo que se mire, necesita urgentemente ser atendida por la comunidad internacional –periférica o lejana– de manera concreta. De los apoyos simbólicos estamos ahítos, aunque algo aportan, pero para ello hay que informar responsablemente, que es lo que no hace el editorial de El Nuevo Día, aún se encubran en el discurso política y humanamente correcto de la hermandad y la solidaridad.

Todavía en el Caribe isleño somos islas muy divididas, semifragmentadas e ignoradas en sus adentros unas por otras y marcadas por los lastres de los viejos y nuevos colonialismos. Sobreviven todavía demasiadas huellas y semillas del complejo de superioridad, en muchos lugares, de las que sembraron los centros imperiales en estas zonas acuáticas-terrestres. Hace falta fortalecer los programas educativos y practicar la humildad de manera multilateral para empezar a romper muchas fronteras raciales y de clases sociales. Para poder empezar a entrar genuinamente –no solo mediática y espectacularmente– a ese pasadizo olvidado que es Haití, lo que primero que se necesita es asistencia humana real para refundarlo geográfica, política, económica y civilmente. Hay que denunciar también enérgicamente a sus élites. Omitir los hechos, tergiversarlos o manipularlos sin ver posibles consecuencias cercanas o futuras es aciaguimo en contra del país vecino.

Las intenciones del editorial de El Nuevo Día son claras: seguir insinuando ante el pueblo puertorriqueño que los responsables mayores de la pobreza haitiana son los dominicanos y las dominicanas. Optan por el espectáculo sutilmente. Agitan y azuzan en contra de otros pobres. Promueven e incitan desde PR otro foco de xenofobia, ya en ciernes, en contra de la comunidad dominicana residente en PR. El decir de El Nuevo Día no se diferencia casi en nada de lo que hacen algunas ONG que viven del negocio de la pobreza mundial.

De esa manera no se practica ni se construye la solidaridad de estas islas ni en ninguna parte del mundo. Tampoco se combate la xenofobia ni se promueve la xenofilia… Es incuestionable: Haití necesita ayuda, mucha, muchísima. Sectores del pueblo dominicano y puertorriqueño ya la han venido supliendo, aunque hace falta mucho más. Hay que exigirla y reclamarla también a los países que se han enriquecido de la explotación de Haití… Si El Nuevo Día quiere aportar en la reconstrucción de Haití me parece perfecto y loable que lo haga, pero que primero informe bien. Como medio es su primera responsabilidad y deber.

Publicado originalmente en la revista 80grados.net de Puerto Rico