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Columnista Invitado/a | Rafael Núñez Grassals/catedrático universitario

“El mal funcionamiento de los medios hoy
es una de las debilidades de la democracia.” 
(Ignacio Ramonet)

RESUMEN. En las líneas que siguen me propongo recusar la postura que mantiene a la ética secuestrada en los estériles terrenos de la especulación moralista y que la esgrime sólo de manera episódica y a propósito de situaciones inocultables; se enuncian, en contraste, las pistas para elaborar el remedio que liquide esa catastrófica enfermedad que aqueja al oficio de informar. Se concluye con la presentación de unas breves sugerencias que procuran servir de punto de partida para una discusión más elaborada del problema. Subyace a esta exposición una perspectiva que se confiesa deudora de la concepción aristotélica de la ética como “un saber de lo práctico”.

Cuando de informar se trata, los datos son sagrados. Quiere esto decir que los datos mandan: se constituyen, así, en soporte de la información, dado que ésta se organiza con ellos, alrededor de ellos y, siempre, por referencia a ellos. 

La afirmación que antecede no es un invento de los periodistas. Siempre ha sido de esa sencilla manera, por más que algunos intelectualillos a la violeta persistan en poner mayores complicaciones allí donde no las hay. Hace más de dos mil quinientos años, ya Tucídides, en la introducción a su Historia de la guerra del Peloponeso, se pronunciaba del siguiente modo, en lo que, por su riguroso método de recopilación de evidencias, puede asimilarse a una temprana lección de reporterismo meticuloso y exhaustivo, aunque no fuera ése el propósito que entonces ocupaba al que ha sido considerado como el padre de la historiografía científica:

“… en cuanto a hechos acaecidos en el curso de la guerra he considerado conveniente no relatarlos a partir de la primera información que caía en mis manos ni como a mí me parecía, sino escribiendo sobre aquellos que yo mismo había presenciado, o que, cuando me informaban otros, he investigado caso por caso, con toda la exactitud posible”.

Un estilo sano de informar no sólo garantiza la ética de las noticias, sino que también nos provee un blindaje seguro frente a las musarañas seudonoticiosas  del mono periodista, tan graciosamente descritas en el puntilloso y emblemático poema de la autora argentina Beatriz Ferro, el cual vale la pena repetir ahora a propósito del tema que nos ocupa y de la realidad que nos circunda.

Hubo una vez un mono periodista;

para inventar noticias, un artista.

¿Lo picaba, digamos, una hormiga?

El escribía: "Solapada enemiga

envenena a inocente ciudadano;

ocúltase en jardines suburbanos."

¿El rojo sol brillaba sobre el río?

Ya se encargaba él de hacer un lío:

"Sensacional incendio en el Riachuelo.

¡Rojas llamas están llegando al cielo!"

Y la gente llamaba a los bomberos

y los bomberos a los enfermeros;  

corridas, sustos, gatos desmayados.

Todo por ese mono exagerado.

Hasta que al paso le salió un león...

¡Ése sí que iba a ser un notición!

"Fiera suelta. Terror. Esto es muy serio:

¡podría devorar un barrio y medio!"

pensó en voz alta el mono periodista

y el león dijo: -¿Es posible que exista

ser que diga desatinos mayúsculos

sólo porque salí a estirar los músculos?

¡Respete al periodismo!- chilló el mono.

El león le contestó, lleno de encono:

-¡Jamás me comería a un periodista!

(Se lo comió por sensacionalista.)

Si alguien piensa que el oficio de informar es asunto ligero o simplemente de lanzar palabras al viento con fines lúdicos, le bastará escuchar lo que al respecto dicen los maestros para convencerse de lo contrario. En un excelente texto titulado “Estrategias informativas para acceder a un periodismo de calidad en prensa y TV”, los profesores José Manuel de Pablos Coello y Concha Mateos Martín[1] se enfocan en las características del contexto económico y político que sirve de marco al subsistema de los medios informativos, y al respecto dicen que en una sociedad regida  económicamente por un sistema llamado de “libre mercado” y arbitrada políticamente por un sistema de gobierno llamado “democrático”, los ciudadanos “son libres e iguales ante la ley y designan a sus representantes políticos mediante el sufragio universal”.

Subrayo con toda intención las expresiones “regida económicamente” y “arbitrada políticamente”, para poner de manifiesto desde el principio la situación de subordinación o dependencia de los medios en relación con el sistema social en que operan.

Y, para calentar desde el principio los bien encaminados fines del debate que aquí se sugiere, me permito destacar en este foro la condición de posibilidad para que ese seductor marco económico y político funcione adecuadamente conforme con sus propios postulados, sin traicionarlos ni exponerlos a desdorosas operaciones de compraventa, ni a silencios cómplices.

En ese contexto se espera del subsistema de la prensa y de los medios de comunicación en general que se desempeñen en función de satisfacer “el papel de garantes de la necesaria transparencia informativa que necesita un elector para saber a quién elige, qué hace el elegido, cómo cumple o incumple su parte del contrato electoral”, y en qué medida responde (o no) a las expectativas de los electores.

Lo que trato de resaltar con las referencias precedentes es que los electores, con base en la información que sustenta sus decisiones y a la cual tienen acceso supuestamente libre y universal, deciden a quién elegir,  a quién quieren para que los gobierne.

Pues bien:

Lo anteriormente expuesto supone que el plan democrático funciona de manera impecable y que sus engranajes ruedan suavemente sobre la base de la “libre competencia” de las ideas y del reconocimiento objetivo de la “igualdad de todos los ciudadanos ante la ley”, dos postulados que   operarían de igual manera para todos y a favor de la prosperidad de  todos. Se comportarían, entonces, como el lubricante necesario y suficiente para asegurar la buena marcha del sistema, tanto para los encumbrados como para los reventados por la pobreza. Se presume, en fin, que todo esto discurre al amparo de una mano política visible y genuinamente preocupada por el bienestar y la seguridad de todos los ciudadanos, sin distingos confesionales, partidarios, de clase ni de abolengo.

Una vez aceptado que esto es así –y todos los demócratas, por lo menos los más militantes, sostienen que lo es--, salta a la vista que la tarea de los periodistas es enorme y muy compleja. Como no tienen el don de la ubicuidad ni están enterados de todo lo que sucede en todas partes, la mayoría de los asuntos que cuentan les llega por versiones de terceros, y ahí comienzan las complicaciones, los descarríos, las componendas y los desvaríos, pero también las transacciones, incluso las más perversas. Si la palabra está ya de viejo en el mercado, ¿quién puede asegurar que de tiempo en tiempo el silencio no le hace furtiva compañía?

Contra la cultura del secreto

El periodismo existe para decir, no para callar. En un sistema informativo transparente y sano, de los periodistas se espera lo siguiente, según las propuestas de José Manuel de Pablos Coello y Concha Mateos Martín en el ensayo mencionado arriba (“Estrategias informativas para acceder a un periodismo de calidad en prensa y TV”), parte de las cuales me limito a reproducir aquí.

1.   Los periodistas cuentan lo que han visto realmente o lo que les han dicho personas con autoridad para hacerlo.

2.   Los periodistas hacen ese servicio con respeto a los intérpretes de los hechos, a los lectores, al medio para el que trabajan y a la profesión misma, al oficio.

3.   Si los periodistas no entienden lo que otros les han contado, entonces proceden a analizarlo, a estudiarlo, a contrastarlo y a hacer las consultas de rigor, de manera que puedan tener todo bien claro antes de difundirlo.

4.   Cuando los periodistas refieren lo que otras personas les han contado, dicen claramente quién se lo ha contado; no ocultan sus fuentes, y si no pueden decir quién se lo ha contado, dejan claro por qué no lo pueden decir.

5.   Si sólo cuentan lo que les ha contado una fuente, lo advierten expresamente, para que se sepa que están ofreciendo una versión, no una verdad fruto del cruce de varias versiones, o una teoría comprobada.

6.   Cuando quien les ha informado a ellos tenga intereses en lo contado, los periodistas han  de expresar ese sesgo con toda claridad, de modo que esos intereses queden consignados en el relato.

7.   Esto es lo que se espera de los periodistas cabales, porque esto es lo que caracteriza el desempeño del oficio en un sistema informativo transparente y sano, es decir, no fraudulento ni contaminado.

Cuando esos requisitos se cumplen como Dios manda, los periodistas cuentan lo que ven, no vuelven la mirada para darse por no enterados, hacerse los locos u ocultar asuntos graves en la liviandad de comiquerías de mal gusto; al contrario: cuentan con rigor lo que otros les han contado, especifican quién se lo ha contado, cómo se lo ha contado, qué ingredientes especiales ha puesto en el relato y con qué intenciones lo ha hecho.

Esto significa que ha habido rigor en la recopilación de evidencias y en el tratamiento de los datos, claridad en el uso de las fuentes, transparencia en la revelación de los intereses involucrados en la historia que les estamos presentando a los lectores.

Así, quienes aman con amor verdadero este oficio fatalmente ingrato se sienten convocados a contar y a mostrar lo que[i] el poder no quiere que se cuente, ni mucho menos que se muestre, sea el tal poder político o corporativo o, como sucede hoy en día, ambas cosas a la vez.

Un estilo sano de informar requiere del cumplimiento de todos esos requisitos, que son los que hacen posible el acuerdo entre periodistas y lectores de periódicos en cuanto a qué es información periodística y en qué consiste informar a través de un medio de comunicación.

 ¿Periodistas o propagandistas?

Como están hoy las cosas, recuperar el estilo sano de informar demanda de un acto de suprema voluntad profesional, por lo que a continuación voy a decir:

Al examinar lo que se está publicando en los medios y cómo se está publicando, hasta el observador más lerdo no tardará en advertir que buena parte del periodismo dominicano ha caído en la trampa de encasillarse en uno de estos dos bandos: los gobiernistas, que ya forman legión, y los oposicionistas, que pugnan por desbancar a los otros, muestra palmaria de lo que Kapuchinski llamaba, con sobrada razón, “periodismo de rebaño”.

Si alguien todavía lo duda y precisa de evidencias al respecto, vea no más las llamativas proclamas de “comunicadores con” fulano o mengano, que suelen publicarse en tiempos preelectorales o ya en el fragor de la campaña y que reaparecen de cuando en cuando, en ocasiones rebautizadas según las musarañas partidarias de ocasión.

En realidad, y sin que pretendamos hacer en este punto un ejercicio extremo de ecuanimidad, semejantes proclamas de filiación partidaria no tienen nada de pecaminosas. Son simplemente la manifestación de un derecho humano básico, porque, en fin de cuentas, los periodistas no renuncian ni nada los obliga a renunciar a sus prerrogativas ciudadanas cuando optan por ejercer este exigente oficio; pero, que se sepa, tampoco quedan por eso liberados de las exigencias mismas del oficio.

Quiérase o no, con esto los declarantes, sin proponérselo y aun sin que sea ése el caso, corren el riesgo de que se les perciba como mernaderos o servidores adscritos a una mernada, denominación que antiguamente se le daba al conjunto de hombres que se ponía, voluntariamente o no, bajo el mando de un rey o de un ricohombre o caballero principal.

Dicho sea entre paréntesis, algunos medios y grupos de medios se manejan hoy como verdaderas mernadas en las que el silencio selectivo  cuenta con tentadoras retribuciones.

Fuentes visibles de dilemas éticos actuales

Ahí brotan, a borbotones, los dilemas éticos que escandalizan a unos, a los que todavía conservan esperanzas de que es posible un periodismo decente, a pesar de todo, y que enriquecen a otros, a esos que han decidido entregarse en brazos de las fuerzas dedicadas a la perversión del oficio y de la sociedad entera.

Hay, sin embargo, un grave problema. En esos casos, que son muchos, lo más frecuente es que el lector no pueda discernir quién habla, si el reportero o el propagandista, lo cual lo expone a recibir información envenenada.

¿Cómo puede un ciudadano sometido al flujo constante de un torrente de información  envenenada elegir bien a sus representantes políticos?

¿Con cuáles herramientas puede un ciudadano en esas condiciones hacer que los gobernantes asuman los procesos de rendición de cuentas como una de sus primeras obligaciones frente a los gobernados?

 Periodismo y política

En la gestión de la relación periodismo y política lo que está en juego es la credibilidad de la prensa toda.

La credibilidad es el mayor activo del oficio, por cuanto representa la tasa de confianza que el público les concede a los operadores principales de los medios de comunicación, los periodistas.

La credibilidad de los periodistas está asociada, en general, a la autonomía intelectual que a éstos se les reconoce para solventar situaciones críticas del oficio, y se manifiesta, en particular, como una función de la independencia de criterio en el manejo de la información que se les sirve a los lectores.

Dicho de otra manera:

En cualquier caso, el grado de credibilidad de un periodista va a depender de la conjugación del nivel de independencia (real) con que aquél se desempeña y el nivel de independencia (atribuida) que los lectores le reconocen en cada acto concreto de información.

Quiere esto decir que la credibilidad es, sobre todo, una condición atribuida a partir de determinadas señales objetivas que emanan del desempeño realmente verificable en el decurso del oficio y que, en unos casos, lo caracterizan como confiable y, en otros, lo rechazan por no confiable.

En consecuencia, la cuestión que nos ocupa no se limita, en este punto, a lo que somos (o creemos que somos), sino que también concierne (y en gran medida) a cómo nos ven. Esta percepción de nosotros por los otros se ve a menudo permeada por la impresión que generamos con nuestras formas de ejercer el oficio y el grado de compromiso que de ellas se derivan, los más peligrosos de los cuales suelen ser los menos visibles, como los sinuosos y jugosos modos de retribución del silencio.

 La muerte del reportero o la agonía feliz de las redacciones

El problema que aquí estamos presentando, una dificultad que concierne a la gestión de la relación del periodismo con la gente, en particular con la gente de la política y la gente de los negocios, hunde sus raíces en las rutinas laborales de la prensa toda. Tiene que ver con el reemplazo del periodismo de datos por el periodismo de fuentes, lo que ha hecho del reportero una especie hoy en proceso de extinción.

El reportero, ese trabajador incansable y de fino olfato profesional que anteriormente corría tras la noticia y que se mezclaba con la gente en calles y callejones, en pueblos y ciudades, en la loma y en el llano, va siendo suplantado aceleradamente por escribanos de salón que permanecen todo el tiempo colgados de un teléfono o atados a la internet, a cuyos entusiastas les convendría examinar con detenimiento, para desengañarse, el bien documentado estudio de Nicholas Carr sobre los deformadores efectos del uso desmedido e irracional de la web.

 El automatismo del ejército de escribanos de reserva

Curiosamente, las llamadas facultades y escuelas de comunicación social, por lo menos en nuestro país, están contribuyendo a engrosar aceleradamente el ejército de escribanos de reserva, lo que tiene consecuencias nocivas para la gestión independiente de la información.

A continuación me permito enumerar, sólo a título de ejemplos, algunos de los efectos de ese fenómeno, cada uno de los cuales ameritaría un estudio aparte.

Semejante estado de anarquía organizada:

1.   Tiende a presionar los salarios a la baja.

2.   Conduce a la precarización del empleo.

3.   Reduce  la tasa de sindicalización en el sector o la mantiene estática.

4.   Abona insolidaridades que nutren la indiferencia más notoria y ruin.

5.   Acondiciona el terreno para una guerra sorda por el mantenimiento de un puesto de trabajo.

6.   Incrementa los individualismos más ridículos y destructivos.

7.   Crea las condiciones para ocultar la renuncia al colectivo y a toda forma de demanda o reclamo laboral consistente.

(Las anarquías organizadas funcionan como las cajas negras. Se sabe que precisan de determinada cantidad de insumos y que el tratamiento de éstos en determinadas condiciones da lugar a determinados productos, pero nadie está en condiciones de controlar el proceso ni de adelantar  la calidad de esos productos. Por efecto de esa situación, las anarquías organizadas dan lugar a bolsones de poder en las organizaciones donde ellas logran enseñorearse)

¿Y la academia, qué?

¿Puede alguien asegurar que estos son los resultados razonablemente esperados cuando se genera una sobreoferta de la fuerza de trabajo, es decir, cuando la oferta excede con creces el límite de la demanda real?

¿Es posible mantener indefinidamente esa situación sin que se agraven los problemas sociales conexos y sin que se lance a un enorme ejército de “licenciados” a una situación de vulnerabilidad que compromete seriamente su propia autonomía intelectual para gestionar la información con por lo menos un grado razonable de independencia?

De resolver esta cuestión, de la cual derivan muchísimos otros problemas sociales y políticos, se ocupa el estilo sano de informar a que me he referido líneas arriba y que en adelante trataré de precisar con mayor detenimiento.

En una conferencia reciente, he hablado de la ética como una cuestión de resolución práctica, desde una postura que es deudora de la concepción aristotélica de “un saber de lo práctico”, y he llamado la atención sobre la sospechosa prédica de unos parlanchines con vocación de comparsa que insisten en mantener este tema secuestrado en los estériles límites de la especulación moralista.

Entonces afirmé que la ética es una condición de la información y de su aceptabilidad social, objetivo primario de la acción periodística, e insistí: “Lo que se difunde al margen de las consideraciones éticas pertinentes daña la información…”
Y esto así –agrego ahora--  en cualquier escenario de que se trate, sea desde la redacción de un periódico, sea desde el aula universitaria o desde un banco y sus paniaguados e, incluso, desde el gobierno y sus abigarradas agencias o desde la oposición y sus variopintos corifeos.

Por una ética de las noticias

Sin pretensiones de entregarles una fórmula acabada, les propongo, para su ponderación, lo que considero apenas unas breves pautas cuyo objetivo esencial consiste en asegurar la ética en el servicio informativo periodístico. Les adelanto que me sentiría sobradamente complacido si con estas  sugerencias consigo estimular el debate y, aún más, si logro que ustedes complementen con sus intervenciones este modesto emprendimiento.

A los fines de alcanzar ese propósito, el punto de partida tiene que ser un acto de liberación. Hay que liberarse de la ideología periodística que pretende identificar a la prensa con un presunto “cuarto poder” sólo para mantenerla alejada de su misión fundamental, que consiste en abrir espacio a la constitución de un contrapoder, la herramienta imprescindible para que los estamentos del mando se acojan a la legalidad institucional y rindan cuentas. El buen periodismo se desarrolla a partir de una ética del compromiso. 

Una vez consumado este acto de liberación, procedería edificar, sobre bases firmes e inconmovibles, la nueva ciudadela de un periodismo auténticamente libre, que no puede ser otro que aquel que se asume como un escenario de lucha a partir de la práctica cotidiana y sus abundantes y ricas experiencias concretas.

Ya establecida esa meta superior (el punto estratégico cimero) las operaciones tácticas se reducen a tener claro que toda la carpintería del oficio, incluida su ética más rigurosa, pasa por cuatro verbos conocidísimos, pero  no siempre bien atendidos, a pesar de que constituyen los pilares que hacen posible honrar el compromiso con la exactitud informativa, es decir, con lo concreto en tanto “síntesis de múltiples relaciones” y, en consecuencia, “unidad de lo diverso”.

Los verbos a que acabo de aludir son verificar, contrastar, comprobar y mostrar.  Para informar con responsabilidad y autoridad, los periodistas están obligados a:

·         Verificar los datos en que basan sus historias.

·         Contrastar las versiones disponibles para contar sus historias.

·         Comprobar las conclusiones obtenidas a lo largo del proceso de examen de los materiales acopiados para esas historias.

·         Mostrar con absoluta precisión lo comprobado.

No puedo sustraerme a citar aquí a Tomás Eloy Martínez, ese extraordinario maestro argentino hace poco fallecido:

El periodismo no es un circo para exhibirse, ni un tribunal para juzgar, ni una asesoría para gobernantes ineptos o vacilantes; es un instrumento de información, una herramienta para pensar,  para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta.Además de los verbos señalados, en las líneas precedentes aludí también a un compromiso.

¿Y cuál es ese compromiso?

Este:

La determinación, resuelta e innegociable, de ampliar el concepto de realidad con la inclusión de otras miradas.

Puesto que la cuestión ética remite a “un saber de lo práctico”, hemos de convenir en que se precisa de pautas que nos orienten en la búsqueda cotidiana de las claves que conduzcan a la resolución concreta de los dilemas éticos que nos plantea cada día, cada hora, cada minuto el ejercicio de este complicado pero apasionante oficio del cual uno se enamora una vez y para siempre.

 Nueve condiciones para una ética de las noticias

1.   Pensar el oficio como una herramienta para comprender el mundo y no como un escaparate para exhibirse ante el mundo, ni como una oportunidad para lucirse entre contertulios.

2.   Practicar constantemente la autocrítica para mantener los pies en la tierra.

3.   Gestionar la información como un instrumento fundamental para vivir en libertad y, por eso mismo, como un bien colectivo.

4.   Ser resueltamente independiente y estar dispuesto siempre a pelear por la autonomía intelectual del oficio.

5.   Mostrar con orgullo lo mejor del periodismo y reivindicar su importancia para la vida en democracia.

6.   Ser auténtico y actuar con plena conciencia de que el acto ético no se reduce a poses declamatorias ni necesita de mecenas. No es financiable.

7.   Aunque hacer lo correcto sea costoso, no hay que detenerse en cuantificar los riesgos, ni pequeños  ni grandes. Eso sería paralizante.

8.   Aferrarse al criterio de la práctica como fuente insuperable de validación concreta del buen desempeño.

9.   Convertir estos sencillos criterios en inspiración y aliento de una militancia por el ejercicio decente y hacerlos valer en nuestro desempeño profesional en todos los escenarios en los que tengamos ocasión de trabajar.

Una lección de Confucio

Cuenta la historia que Confucio (551 a. C. – 479 a. C.), el gran filósofo chino, les recomendaba a los jóvenes de su tiempo comprar arroz y flores.

La cuestión es que los humanos necesitamos del arroz para vivir, pero también de las flores para tener algo por lo cual vivir.

El  periodismo es una pasión que se experimenta una vez y para siempre. Jamás nos deja.

Es palmariamente clara la urgencia de que los periodistas vuelvan a ser periodistas, sencillamente periodistas. La democracia los necesita en esa justa y única dimensión.

Por todo lo que antecede, resulta oportuna la punzante advertencia moral del reputado maestro polaco Ryszard Kapuscinski:

“Los cínicos” –decía Kapuscinski— “no sirven para este oficio”.

Tampoco los mernaderos ni los fantoches –agrego yo.

Y colorín colorado… 

[1] José Manuel de Pablos Coello y Concha Mateos Martín, “Estrategias informativas para acceder a un periodismo de calidad en prensa y TV”, exposición presentada ante la IV Bienal Iberoamericana de Comunicación (sociedad, información y conocimiento), San Salvador, 17- 19 de septiembre de 2003. El texto que aquí se cita procede de la versión publicada posteriormente en Sala de Prensa (SdP)