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Entre tú y yo… | P. Regino Martínez Bretón, sj

En el Siglo XVI, 1525, época de la Reforma Protestante, es cuando aparece S. Ignacio de Loyola (1540), quien se lanza a las calles dejando monasterios y conventos, montes y valles; abriendo Casas en las ciudades con una espiritualidad dispuesta a conquistar las almas…Cfr. jesuitascam.org/.../2010-EFI-Tema-4-Autobiografía-de-Ignacio-de-Loyola)

El profundo amor personal a Jesucristo es que moviliza a Ignacio de Loyola y le da un nuevo sentido a su vida de 180º. La lectura de la vida de los santos, durante su convalescencia, hace que Jesús de Nazaret fundamente su ideal/opción de una vida nueva. Por tanto, su petición principal es: demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga. Seguir al Señor Jesús para mejor ayudar a las almas. Ignacio se olvida de sí mismo y quiere confiar sólo en Dios y pasa los primeros 18 años de su conversión formándose, y ayudando a las almas, en las mejores universidades de su época;  y ejerciendo el servicio de “dar ejercicios espirituales: Barcelona, Alcalá, Paris, Génova, Venecia, Jerusalén, y en Roma los últimos 17 años de su vida, donde se consolida en Comunidad el Grupo de Amigos en el Señor como “Compañeros de Jesús” (Societatis Jesu = SJ = PP. Jesuitas).

Compañeros de Jesús. Ignacio y sus compañeros con remordimiento, gratitud y asombro, pero sobre todo con amor apasionado, Ignacio primero, y luego cada jesuita siguiendo su ejemplo, ha orado a "Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz" y se ha preguntado "qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, qué debo hacer por Cristo“. Esas preguntas brotan de lo íntimo de un corazón conmovido por un profundo agradecimiento y amor. Esta es la gracia fundacional que nos une a Jesús y entre nosotros mismos.

¿Qué significa ser jesuita? Reconocer que uno es pecador y, sin embargo, llamado a ser compañero de Jesús, como lo fue San Ignacio. La misión del pecador reconciliado es la misión de la reconciliación: el trabajo de la fe que obra la justicia. El jesuita debe dar gratis lo que gratis ha recibido: el don del amor redentor de Cristo. Es por  eso que el Papa Francisco desde el primer momento de su pontificado pide al Pueblo de Dios “recen por mí que soy un pecador, yo también rezaré por Ustedes…” (cfr.: primer saludo del Papa Francisco…)

Los jesuitas somos invitados por el Señor Jesús para anunciar el Evangelio cuestionando a un mundo seducido por una autorrealización egoísta, el lujo y la vida cómoda, a un mundo que aprecia el prestigio, el poder y la autosuficiencia. En un mundo así, predicar a Cristo pobre y humilde con fidelidad creativa al Valor Originario Personal (lo que le da sentido a mi vida…) conlleva esperar humillaciones, persecución y hasta la muerte. Lo hemos visto en nuestros hermanos bien recientemente en el Salvador, Universidad Centro Americana, UCA. Pero aun así continuamos adelante con resolución por "desear parecer e imitar en alguna manera a nuestro Creador y Señor Jesucristo..., como sea la vía que lleva los hombres a la vida". Hoy como ayer, es la profunda identificación personal con Jesús, el Camino, lo que caracteriza principalmente el modo de proceder de los jesuitas: “estando con y como…” el que sufre, el empobrecido,  las personas violadas en sus derechos… (EE.EE.n.91-98), Meditación del Rey Temporal y del Rey Eternal.

La espiritualidad ignaciana, como vimos en el cuadrito, artículo anterior,  Contemplativo en la Acción; San Ignacio disfrutó de la gracia, mientras trabajaba o conversaba, de sentir la presencia de Dios y de gustar las cosas espirituales, eso es ser contemplativo aun en medio de la acción; y expresaba  esto diciendo: encontrar a Dios en todas las cosas.  “En todo amar y servir”.

“El contemplativo en la acción, tal como lo interpreta Arrupe y lo propone a la Compañía, es aquel que sabe auscultar continuamente las necesidades apostólicas; que adquiere una fina sensibilidad en el Espíritu para reconocer los nuevos desafíos y que se esfuerza por explorar y encontrar los mejores medios para responder a ellos. En su deseo de “ayudar (mejor) a las ánimas”, el contemplativo en la acción se ofrece enteramente a sí mismo en el servicio a los hermanos; servicio que procede del agradecimiento y testifica la acción de Dios en él mismo” (Revista Ignaziana 7(2009) Rivista di Ricerca Teologica, Julia Violero, R.P., Contemplativos en la Acción. Dejarse Conducir Hacia la Integración).

El Carisma de Ignacio es el  haber descubierto la presencia de Dios en el interior de su persona y de todas las personas y que le lleva a trabajar en todas las cosas: por la salvación de todos, esa es la "Contemplación para alcanzar amor"; como lo explica en la anotación 15 de los ejercicios espirituales:  “…en los tales ejercicios espirituales, más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota, abrazándola en su amor y alabanza y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle adelante. De manera que el que los da no se decante ni se incline a la una parte ni a la otra; mas estando en medio, como un peso, deje inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor”

Y en la anotación 16 de los EE.EE., continúa: “ para que el Criador y Señor obre más ciertamente en la su criatura, si por ventura la tal ánima está afectada y inclinada a una cosa desordenadamente, muy conveniente es moverse, poniendo todas sus fuerzas, para venir de manera que la causa de desear o tener una cosa o otra sea sólo servicio, honra y gloria de la su divina majestad”.

Aquí está la raíz de la excelencia de los jesuitas, la cual no es exclusiva, porque lo que gratis hemos recibido gratis debemos darlo… Aquí está la raíz de la “debilidad solidaria…”, del auténtico seguimiento a Jesús…

Hoy,  Dios nos invita a unirnos a Él en sus trabajos, con sus condiciones y a su manera. Descubrir al Señor y unirnos a Él, trabajando para llevarlo todo a plenitud, es central en el modo de proceder de los jesuitas. Es el método ignaciano de discernimiento orante, que puede ser descrito como experiencia, reflexión, opciones, acción; todo ello en una constante interrelación según el ideal del 'contemplativo en la acción. A través del discernimiento apostólico, individual y comunitario, vivido en la obediencia, el jesuita asume la responsabilidad de sus decisiones apostólicas en el mundo de hoy. Tal discernimiento se abre para abarcar también la amplia comunidad de compañeros con quienes trabajamos en la misión. 

Imagínense ustedes lo que significa miles de hombres trabajando con esta mística…  . Podemos decir con toda seguri8dad:  no deberíamos romper esta unidad y compañía constituida tan divinamente sino más bien fortalecerla y consolidarla aún más, formándonos en un solo cuerpo.... 

Los primeros jesuitas serían enviados, en cuanto fuera posible, en grupos de al menos dos, siguiendo el ejemplo de Jesús. Pero aun cuando estuvieran dispersos, los lazos de unión con los superiores y entre ellos mismos permanecían fuertes a través de una constante comunicación y de las cartas que urgía Ignacio y, de una manera muy especial, a través de la cuenta de conciencia. Javier, atareado lejos de Roma en las Indias, lo expresó lapidariamente: "Compañía de Amor".  

. Los jesuitas de hoy nos unimos porque cada uno de nosotros ha escuchado la llamada de Cristo, Rey Eternal. De esta unión con Cristo fluye necesariamente el amor mutuo. No somos meramente compañeros de trabajo; somos amigos en el Señor. La comunidad a la que pertenecemos es el cuerpo entero de la Compañía, por dispersa que esté sobre la faz de la tierra. Provenimos de muchas naciones y culturas, hablamos lenguas diferentes, pero esta diversidad no amenaza, sino que enriquece nuestra unión. En la oración compartida, en la conversación y en la celebración de la Eucaristía, cada uno de nosotros encuentra los recursos espirituales necesarios para una comunidad apostólica. Y en nuestro servicio al Señor y a su Esposa la Iglesia, Pueblo de Dios, estamos especialmente unidos al Romano Pontífice, para ser enviados a las misiones que él nos confíe. Como hombres de Iglesia, no podemos menos que pensar con la Iglesia, guiada por el Espíritu del Señor Resucitado.