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Historia de vida… | Graciela Azcárate/Especial para Espacinsular

“La insensibilidad hace al hombre un monstruo”.

Dennis Diderot

Yo le tengo un miedo enorme al olvido…”

Anónimo

… “Y entonces fue cuando comprendí que todo estaba previsto para que no prevaleciera la edad por sobre el mensaje… pues tanto él como yo podíamos envejecer, pero el recado no”

 Juan Benet. “En la Penumbra”.

Hace unos años escribí una historia de vida titulada “Cartas del pasado”. Alguien me envió una carta que había permanecido oculta por más de diez años en un archivo privado y escribí una historia de vida en homenaje  a esa persona que escribió esa carta y que había muerto prematuramente. La misma persona que me envío la carta no quiso que se publicara el homenaje así que a último momento retiré la historia y envié de compromiso la vida de Yolanda Oreamuno. Y digo por compromiso porque como me suele pasar con mis textos yo los voy pensando y escribiendo de a poco. Y las voy escribiendo mientras vivo lo cotidiano, me pasan cosas, camino por la ciudad, miro lo que pasa en Santo Domingo y en  el mundo. O leo libros como en ese caso “La intrusa” de Sergio Ramirez Mercado. Me sorprendió la negativa y con mucha pena  les pedí a los editores que no la publicaran. Para no faltar a mis lectores rápidamente escribí la historia de Yolanda  Oreamuno  y la mandé en reemplazo de la historia de vida abortada.

Me di cuenta que la carta del pasado era de una enorme vigencia, que esa carta y su escritor  habían pedido ser contados y que en el fondo no era casualidad que fuera justamente  Yolanda Oreamuno el  reemplazo porque ella misma escribía cartas del pasado.

Yolanda Oreamuno, 1946.

Fue borrada del mapa literario centroamericano, ninguneada en Méjico y en Estados Unidos y encerrada en una tumba tanto en Méjico como en Costa Rica, con una lápida  con un simple número. Fue olvidada. Paradójicamente, encontré el frondoso árbol genealógico de Yolanda Oreamuno en internet y la historia de su larga y aristocrática familia que explica eso que decía el escritor húngaro Sandor Marai en sus memorias escritas en San Diego, en 1986, antes de pegarse un tiro en la sien: “Les temo mucho más a los  imbéciles que a los hombres malos”.

¿No es una terrible alegoría,  la de sus orígenes familiares  tan extensos y ese olvido y silencio cuajado en un número en su tumba? Parece el destino de cualquier mujer que quiere expresarse, ser valiente, gallarda y decir las cosas como deben ser dichas.

Pensando en la vida de esa mujer nacida en Costa Rica en 1916  volví a releer “La cabeza perdida  de Damasceno Monteiro” de Antonio Tabucchi porque  en esa novela el abogado portugués habla,  pensando en los jóvenes, en su futuro, en la responsabilidad de los adultos  y en la necesidad “de meter las manos en la mierda” para tratar de ayudar a que  esas generaciones nuevas  puedan vivir en plenitud.                      

“Todo lo que he conocido

Tú me lo escribirás

Para recordármelo,

Con cartas,

Y yo también lo haré,

Te diré todo tu pasado”

Es una hermosa cita del poeta alemán Holderlin, de un poema  titulado  “Si desde la lejanía”. El abogado Loton le pregunta a Firmino, el joven periodista  si sabe quién es Holderlin y cómo murió.

 Y agrega: “Era joven y murió loco. Lo mató la sociedad alemana de esa época”.

En esos días reflexionaba sobre el joven noruego Anders Behring Breivik que asesinó deliberadamente a noventa jóvenes en una isla de Noruega, en Adoboli el joven informático nacido en Ghana y educado en Inglaterra que realizo una estafa colosal en un banco suizo y en Camila Vallejo, la joven dirigente estudiantil chilena, hija de unos militantes comunistas exiliados en la época de Pinochet.

 

Los tres pertenecen a esa generación de 1979 que me tiene absorta,  la misma de “Cicatrices”  la historia de vida que escribí en Washington pensando en la generación de nuestros hijos.

 (…) Durante la Semana Santa del año 2010 estuve trabajando en Washington en una consultoría. Mi compañera de trabajo  era una joven colombiana, nacida en 1976 en Bogotá y exiliada en Buenos Aires. Mientras trabajamos en el proyecto, nos hicimos amigas, nos contamos  nuestras vidas,  compartimos impresiones entre una mujer mayor y una joven de la edad de mis hijos. Me despertó curiosidad,  me hizo reflexionar sobre esa generación nacida en los setenta en Latinoamérica. Pensé en mis dos hijos tan diferentes entre sí. Uno nacido en 1979, en Quito,  recién salidos sus padres de Argentina y el otro en 1982, en Costa Rica. Hijos de argentinos que se fueron de un país de horror,  pero no nos  fuimos perseguidos, no éramos militantes y fuimos privilegiados por el hecho de poder buscar trabajo en el extranjero, conseguirlo y podernos ir.  Mi hijo mayor nacido en 1979,  fue concebido en los peores momentos de nuestra salida, en un peregrinaje entre Chile, Colombia, Nicaragua, Panamá  y Ecuador. Siempre he pensado que parte de las grandes diferencias  y desinteligencias que existen entre él y yo se deben a esa época incierta y terrible para mí. Lo gesté  y di a luz en un  momento oscuro.”

Durante estos años escribí mucho, comprobé cosas que me dolían o intuía, viajé a Buenos Aires y a Cuba y casi como si se tratara de un mandato comprobé lo que había pasado con aquellos chiquillos nacidos en la década de los setenta.  Ya no son niños, han transcurrido treinta años y los  adultos, los grandes, somos los sobrevivientes de esos últimos cuarenta años oscuros y terribles. La vida ha transcurrido  y  ha dejado huellas en los chicos y en nosotroslos grandes.

Al mismo tiempo que me pasaba todo esto, que escribía, leía y vivía la vida cotidiana empecé a soñar… es decir, en mi es habitual soñar lo que me pasa de día.

  Sueño todas las noches. A veces son sueños dolorosos, otros  son amenos y divertidos, en otros me encuentro con gente del pasado, con muertos que me dicen que están bien.  En mis sueños  lo que pasa durante el día se resuelve o no en las madrugadas, y hay algunos de ellos  que se reiteran y regresan distintos y enriquecidos.

 

Son recurrentes pero evasivos porque al despertar no los recuerdo pero sé que alguien me escribe cartas del pasado.

Como una gran iluminación la carta que llegó a fin de la otra semana me llevó  a ese diálogo entre el abogado portugués y el joven periodista en “La cabeza perdida de Damasceno Monteiro”:

“Hay personas que esperan cartas del pasado que nos expliquen  un tiempo de nuestras vidas que nunca entendimos, que nos den una explicación cualquiera que nos haga aprehender el significado de tantos años transcurridos, de aquello que entonces se nos escapo, usted es joven, usted espera cartas del futuro, pero suponga que existan personas que esperen cartas del pasado, y que quizás soy de esas personas, y que incluso me aventuro a imaginar que un día me llegarán…”

Como el abogado Lotton me di cuenta que yo esperaba cartas, cartas del pasado que primero llegaban en sueños… que me las escribía un chiquillo que le tiene miedo al olvido…

Llegarán (…) “en un paquetito atado con una cinta rosa, perfumado de violetas, como en las peores novelas de folletín. Y ese día yo acercare esta horrible narizota mía al paquetico, desharé el lazo rosa, abriré las cartas y comprenderé con claridad meridiana una historia que nunca antes pude comprender, una historia única y fundamental, repito, única y fundamental, algo que puede sucedernos solo una vez en la vida, que los dioses conceden que suceda una sola vez en nuestra vida y a lo cual no prestamos la debida atención en su momento precisamente porque éramos unos idiotas presuntuosos”

Yo también le tengo un miedo  enorme al olvido, pero también tengo la secreta  convicción, como el viejo abogado portugués  que algo fundamental puede sucedernos, solo una vez en la vida… que los dioses pueden bendecirnos con cartas del pasado, como las que envían  desde el más allá, para decirnos todo nuestro pasado, para darnos las  gracias o simplemente para revisar lo vivido.

Hace muchos años leí un novela de Juan Bennet titulada “En la penumbra” que me recordó a mi tía paterna Ángeles Azcárate. La hermana mayor de mi padre vivía en la provincia de Córdoba y era muy allegada a papá.  La visité por última vez en 1969. Mi padre había muerto dos años antes y mi tía apenada y furiosa  me sentó a su lado  y me dijo muchas verdades dolorosas de porqué mi padre se había muerto de tan mala manera.

Como en la trama de la novela, la tía española desnudó las lacras y secretos de las familias, y sus oscuros e indescifrables designios.

La trama de la novela se desarrolla en una conversación entre la  sobrina y la tía que  recuerdan…

“Dos mujeres, tía y sobrina, esperan la llegada de un enigmático mensajero, portador de noticias que han de ser decisivas. Durante ese largo compás de espera, ambas protagonistas van lentamente desgranando los recuerdos de sus vidas en una conversación que evoca el retorno de fantasmas del pasado así como de frustraciones adheridas a distintos estratos de la memoria”, dice la contratapa.

Ese misterio que emergerá poco a poco desde la penumbra, es como esas cartas del pasado que de pronto explican la vida, la sociedad, una vida privada y pública, las culpas de una  sociedad anestesiada e insensible, que se debate entre la imbecilidad y el amodorramiento o  navega en eso que dice Yolanda Oreamuno de la sociedad costarricense y que parece común a todos:

“…Esa inamovible indiferencia nacional”.